LA MUJER DEL ANUNCIO 1

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Bernardo  Asensi que era un hombre de treinta años de edad, con una incipiente calva; y de

profesión  agente comercial de una empresa dedicada a la fabricación de objetos de regalo, se

sentía fascinado contemplando la  belleza de la modelo que tenía un lacio cabello de color

castaño, y una persuasiva mirada, la cual estaba fotografiada en un cartel publicitario sugiriendo

al  viandante   que  comprara una lavadora de una marca determinada que estaba junto a una

rutilante Sala  de Fiestas que acababan de inaugurar, cuyas mesitas eran peceras  con luces de

colores.

Bernardo se adentró en aquel local, pero como estaba semioscuro tropezó con escalón y  cayó de

bruces encima de una pareja que estaba en prácticas amatorias. Fue entonces cuando vio 

casualmente en la barra del bar a su amigo Alberto que no abandonaba su aire de perdonavidas,

de ligón consumado, quien tras saludarlo le dijo  que le presentaría  a un par de amigas que  en

aquel momento se hallaban en el lavabo.

 - No... yo... - susurró Bernardo algo intimidado.

- ¡Que sí!  ¿Eres un hombre o una rata? - le respondió Alberto con extrañeza.

Cuando aparecieron las dos mujeres risueñas, se pusieron a revolotear en torno a la chispeante

lavia de Alberto como si fuesen dos mariposas  que fueran hacia la luz  de una lámpara, y

Bernardo quedó gratamente sorprendido porque una de ellas llamada Blanca era nada más y

nada menos que la modelo del  anuncio publicitario que él había visto. ¿Es que el agente

comercial estaba soñando?

Mientras tanto Alberto para que las dos damas le admiraran seguía contando anécdotas jocosas

de su vida, a hacerles bromas picantes con gracia y gallardía, a la vez que exhibía en una mano

un largo cigarrillo que estaba al borde del vaso de cubalibre que sostenía con la otra mano

emulando así la pose de los actores de cine más carismáticos eclipsando la presencia de su

amigo Bernardo el cual ansiaba desesperadamente meterse en  la conversación.

De manera que el apocado Bernardo en un intento de abrirse paso, dió un codazo involuntario en

el brazo en el que Alberto tenía su cigarrillo,y este cayó dentro del vaso de su bebida. Y fue tal la

contrariedad del "perdonavidas", que aquella  aparente seguridad que ostentaba, se desinfló

como un globo l ser pinchado por una aguja; el decorado había caído ridículamente en la cabeza

del actor en una representación teatral. Aquel incidente le hizo pensar a Bernardo que la vaanidad

es tan evanescente e insubstancial como el humo de un cigarrillo.

El agente comercial quería intimar con aquella modelo, y la invitó a bailar una pieza lenta.

- ¿Eres de aquí? - le preguntó Bernardo mientras se alanceaban en la pista, y a grito pelado

debido al alto volumen  de la música.

-¡ No soy de Logroño! ¡ Pero hace años que vivo en Barcelona! - resondió ella.

- ¡Ah...! - expresó él sin enterarse de nada, pero disimulando su sordera-. ¡Oye tienes un encanto

especial!

-¡¿Cómo dices??!

- ¡Que tienes mucho encanto!

-¡Aaaah... Gracias!

Primero era la prepotencia de su amigo Alberto que le obstruía el acceso a Blanca, y ahora era

el ruido ensordecedor discotequero que no le dejaba dialogar con aquella chica. ¡Que complicado

era todo! - se decía Bernardo en su fuero interno.

Posteriormente a la hora de las despedidas Benardo propuso a la modelo de verse el próximo

sábado, mas ella hizo que dudaba, como si fuese una jueza que tuviera que dar un veredicto

a un procesado. ¿Lo condenaba a la más abyecta soledad afectiva, o lo absolvía con su radiante

compañía? Al fin Blanca le dijo que aquel día iba con su amiga a montar a caballo al pueblo

colindante con Barcelona llamado San Cugat del Vallés, y le sugirió de verse allí.

Bernardo que nunca se le había ocurrido montar a cabaallo, para no perder de vista a la modelo

aceptó sin pestañear. "A ver cómo me las apaño el sábado. Que pijadas  tienen las mujeres" -

pensó.

El picadero donde le había citado Blanca se hallaba situado en un hemoso valle rodeado de

pinos y de abundante vegetación, con un ambiente que estaba a la altura de las circunstancias,

a tenor de las mujeres imbuidas en su papel de amazonas que pululabanpor allí, mientras que

los cabaallos iban y venían en todas direcciones siempre bajo la tutela de sus cuidadores.

Bernardo oteaba con la mirada esperando localizar a Blanca, que no tardó en dar con ella y a su

amiga.

-¡Je! ¡Hola chicas! - saludó él con una aparente jovialidad que estaba lejos de sentir porque no

estaba bastante seguro de salir con buen pie de aquella aventura.

Mas ellas le deevolvieron el saludo con un indferente movimiento de cabeza que a él no le gustó

en absoluto.

A los pocos minutos les tocó a ellos montar a caballo; enseguida Blanca y su amiga encontraron a

su animal, y a Benardo le endilgaron una yegua de color negro llamada "Carlota".

 

 

 

 


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