ROSA

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ROSA

Corrían los años 1800.

Un comerciante afortunado en los negocios disfrutaba de una vida envidiable para muchos. Siendo aún joven, poseía una de las villas mas prosperas de Madrid. Vivía junto con su mujer y su hija, de corta edad, Rosita, en una mansión de muchas habitaciones y con un servicio interino siempre dispuesto. Cada vez que venía de un viaje de negocios, organizaba una fiesta a la que invitaba a sus amigos. Todo parecía perfecto.

Sin embargo, la felicidad de la que disfrutaba la familia, se rompería con la muerte de la dulce esposa a consecuencia de una enfermedad. A pesar de los esfuerzos por atender a la pequeña Rosita, como un buen padre, vio la necesidad de que volviera la figura materna al hogar. Después de un año de luto oficial, se casó con una hermosa viuda que tenía dos hijas, Juana y Carlota, mas o menos de la edad de Rosita. Parecía la solución idónea, ya que Rosita no solo tenía una madrastra que la atendiera, sino también dos hermanastras para jugar. Así transcurrieron algunos años hasta que en uno de los viajes de negocios el padre de Rosita falleció en un accidente.

Pronto la familia se vio con necesidad económica debido a la falta de ingresos. Para recortar gastos empezaron por despedir al personal de servicio. Para atender las tareas de la mansión decidieron que sería Rosita quien las llevara a cabo. Se convirtió así en la cenicienta, mal vistiendo y rebajada a sirvienta.

Rosita ya no era una niña, sino una joven mujer de vellos atributos. Ya no la llamaban Rosita, sino Rosa. No solo echaba en falta el cariño de sus auténticos padres, tenía otras necesidades. A falta de una madre que la orientase, descubrió por sí misma los cambios hormonales de su cuerpo. A menudo se despertaba temprano sintiendo un calor interno casi insoportable que solo calmaba masturbándose. Aunque aquello le era muy placentero tenía curiosidad por saber como sería en el matrimonio. Soñaba con que algún día conocería al hombre que la hiciera feliz. Mientras tanto, sus hermanastras buscarían la forma de fastidiarla en cualquier momento, pero no lo lograrían.

Una mañana, como de tantas, después de preparar el desayuno de sus hermanastras, se dispuso a limpiar la biblioteca por orden de su madrastra. Para ello tenía que subirse a una escalera y con plumero en mano se dispuso a quitar el polvo de las estanterías. Era la ocasión perfecta para que sus hermanastras la hicieran pasar un mal rato. ¿Qué pasaría si se caía de la escalera? Al situarse debajo de Rosa, su sorpresa fue mayúscula al ver que no tenía braguitas. La visión despertó en las hermanas una idea que las beneficiaría, y cambiaron de estrategia.

-Hemos pensado que ya es hora de que limpies nuestra habitación- dijo Juana dirigiéndose a Rosa

-No puedo ahora, tengo que terminar esto- contestó Rosa. -en cuanto termine paso a vuestra habitación.

-Cuando mamá no está en casa somos nosotras las que mandamos- repuso Carlota -así que baja de la escalera y síguenos.

Rosa, armada de su plumero siguió a las jóvenes hasta a el dormitorio. Con un gesto la indicaron que entrase por delante de ellas. Una vez dentro las tres, cerraron con llave la puerta. Rosa comprendió que la habían tendido una trampa y se puso tensa esperando cualquier fechoría. Juana y Carlota, no llevaban bien la belleza de Rosa, lo que provocaba aún mas su deseo de hacérselo pagar. Esbelta, curvas de envidia, ojos grises, pelo castaño claro y recogido en una gruesa trenza tan larga como su espalda. No es que ellas fueran feas, eran jóvenes guapas y bien vestidas. Pero, las molestaba que los hombres, jóvenes o mayores, que traían los víveres a la finca piropeasen la belleza de Rosa, ya que ella por ser la sirvienta tenía que recogerlos, y esa mañana se propusieron humillarla.

Juana no perdió el tiempo, se subió el vestido y se quitó las braguitas. Se tumbó en la cama con las piernas abiertas, y con ambas manos retiró el bello de su pubis que cubría su rajita.

-¡Venga,súbete a la cama y chúpamelo!- le ordeno Juana -te vas a enterar para que sirve la criada.

-Yo no te pienso chupar nada, ¡guarra!- contestó Rosa

Las hermanastras la obligaron por la fuerza a subir a la cama y ponerse de rodillas frente a Juana.

-Vamos, baja la cabeza y empieza a chupar- insistió Juana, agarrándole la cabeza y obligarla a que lo hiciera.

Rosa, no pudo impedirlo. Empezó usando los labios por que le daba un poco de asco. Al principio, el olor le era desagradable, pero enseguida se acostumbró e instintivamente uso la lengua y apreció como el clítoris de su hermanastra se agrandaba y como esta se convulsionaba de placer cada vez que se lo chupaba. Sin darse cuenta, ya no necesitaba que la sujetaran la cabeza, sino que se enfrascó de lleno en la tarea.

Carlota estaba caliente viendo la escena, ansiosa de que le llegara su turno. Se frotaba con suavidad por encima de las bragas para aguantar sin correrse. Le llamó la atención la postura de Rosa. Al estar de rodillas con la cabeza agachada, tenía el culito en pompa. No pudo resistir la tentación de colocarse detrás de Rosa y recogerle el vestido hasta la cintura, dejando al descubierto sus glúteos y muslos bien proporcionados. Acarició sus nalgas apreciando la suavidad de su piel. A Rosa no parecía molestarle, de hecho, Carlota pudo ver que el coñito de Rosa segregaba el viscoso placer de su interior. Le introdujo su dedo índice que entró casi succionado, provocando un gemido de placer en Rosa, que la hizo separar sus rodillas todo lo que pudo y arquear la columna hasta pegar el pecho en la cama, para levantar aún mas el culito, dispuesta a recibir hasta calmar su sed de placer.

CONTINUARÁ 


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