Hoy por la mañana, me desperté con mucha fiebre y me acostaron enseguida. Lo agradecí. Me sentía tranquila. Era así como quería estar, sin ruidos, con tranquilidad.
Serían cerca de las seis de la tarde, cuando empecé a sentirme fuera de mi cuerpo. Me habían dado tantos tranquilizantes debido a mis crisis de ansiedad, que mi metabolismo no aguantó más. Los iones de mi cerebro empezaron a desconectarse más deprisa y los ictus hicieron acto de presencia, entre en estado comatoso, viendo las barbas a S. Pedro, que por cierto las tiene blancas… Al fondo, creí reconocer a mi Ángel, pero solo fue una luz fugaz. Debieron llamar a mis hijos, porque aparecieron todos, pero a horas diferentes. “La peque” llegó a la noche y se quedó hasta media noche, porque yo estaba bien y lo único que quería era dormir y descansar. Estaba cansada de oír siempre: ¿Qué tal estás?... Bien, dejarme tranquila, quería decirles, pero no podía. No tenía fuerzas. Estaba preocupada por mi hija, venía de trabajar y tenía que volver a la mañana siguiente. Ella sí que estaba agotada.
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