LA VIDA EN UN AGUJERO 1
Por franciscomiralles
Enviado el 04/04/2018, clasificado en Cuentos
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Félix Galbany era un ejecutivo de mediana edad; casado y sin hijos, que ocupaba un
sobresaliente cargo en un Banco de su ciudad, cuando un día lo llamó a su despacho el director
de aquella entidad para darle una inesperada noticia, que a juicio de Félix era totalmente
descabellada; y por supuesto era asimismo una mala jugada que le hacían las altas esferas.
Él tenía que ocupar un puesto de gran responsabilidad en una filial que estaba situada en la
capital de León; una región de la península que estaba a muchos kilómetros de su idolatrada
tierra natal, porque quien ocupaba aquella plaza había sido destinado a otro lugar.
Félix no daba crédito a aquella orden; creía que estaba soñando una pesadilla, y sintió un vacío
en el estómago. Pues precisamente el ejecutivo que era un acérrimo nacionalista, dado que en su
adolescencia sus padres que venían de un medio rústico le habían inculcado un tan cerrado como
fanático apego a su rincón del mundo, auspiciado por un relato mítico y egocéntrico que tenía
su origen en la Religión, según el cual su pueblo había sufrido el rechazo, y la persecución política
del Gobierno Central como los nazis habían hecho con los judíos, sobre todo a raíz de la lengua; y
que tal vez dicho prejuicio hacia el resto de las demás comunidades se había agravado a causa
de la cvrisis económica, y de la globalización "España nos odia y nos roba" - solía decir como una
plegaria-, hacía dos días que se había peleado con su mejor amigo porque no compartía su modo
de pensar; y a pesar de que Félix siempre presumía de respetar la opinión de sus semejantes
por diferente que fuera no dejó de insultar groseramente a su amigo de la manera más grosera
que cabe imaginar.
Aquel mismo celo nacionalista no tan sólo le inducía a acudir a las manifestaciones que se
organizaban en favor de la épica patriótica envuelto en la bandera de su comuniddad, sino que
además había renunciado a viajar a otras regiones de la Península Ibérica por considerar que
dichos lugares eran de tercer orden que abrazaban un trasnochado fascismo.
- ¡No me hagáis ir a León! - protestó quejumbroso Félix ante su jefe.
-Es necesario Félix - le respondió su interlocutor tajante.
- ¡Pues no quiero ir! Buscad a otro. Aquella gente está muy atrasada.
-¿Qué? No me vengas con tonterías. El trabajo es el trabajo, y debes de cumplir con lo que te
mandan. Pero si te niegas a aceptar las órdenes que te dan, pues ya puedes ir a buscarte un
nuevo empleo. Al fin y al cabo no vas al fin del mundo, y puedes volver aqui en las vacaciones.
- ¿Y cuánto tiempo tengo que estar en León?
- No sé... dos, tres años...; lo que haga falta. Mira Félix tú todavía estás con las batallitas de tu
padre, y eso hace ya muchos años que han pasado a la Historia. Ya es hora de que te pongas
al día - le reconvino su jefe.
Como era de esperar Félix no estaba dispuesto a quedarse de patas en la calle, por lo que no
tuvo más remedio que trasladarse con su mujer a León, y después de acomodarse en un viejo
piso de alquiler que no estaba lejos del Barrio Húmedo que era una zona típica donde se hallaban
las tascas, fueron paseanfo bajo un cielo frío y plateado por la bulliciosa y vistosa calle principal
llamada Ordoño, en la que había señoriales y relucientes edificios, repleta a su vez de un número
interminable de lujosos y enormes bares, en cuyas terrazas se hallaban sentadas con un aire
indolente elegantes y rollizas mujeres jóvenes como si esperasen a su príncipe azul.
Al llegar el domingo, Félix y su mujer se percataron que el ambiente de la ciudad el cual estaba
inconscientemente bajo el influjo vital de Madrid, tras oír misa en las iglesias, o en la Catedral
del siglo lX con sus impresionantes vidrieras del siglo Xlll representando pasajes de la Sagrada
Escritura que adquirían un celestial protagonismo al ser iluminadas por los rayos del sol, se
organizaba en grupos de personas que iban a los bares a tomar un vino con una tapa, y pagaban
por turnos; es decir que en un sitio un miembro del grupo invitaba a sus amigos, y en otro bar
lo hacía otro. Se puede decir que la diversión principal, las relaciones humanas giraban en
torno a las meriendas colectivas, y al picoteo que facilitaba la distensión y la camaredería. En
resumen era un ambiente que aunque rozaba la austeridad, era muy diferente al de Barcelona.
Cuando Félix se reincorporó a su nuevo trabajo en el Banco, al cabo de unos días entabló una
cierta confianza con un compañero de la empresa que era oriundo de allí, y era un amante del
equipo de fútbol El Barça.
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