MANUSCRITO HALLADO EN UN HUECO DE LA PARED

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Ya he perdido la cuenta de los días que llevo encerrado en este cuarto, sin poder salir a mirar siquiera la  claridad del sol, casi sin atreverme a ningún movimiento, nada que delate la minuciosidad de la vigilancia del hombre en la puerta atento y nervioso. Hasta del vuelo de una mosca parece ponerlo alerta, a veces con un pánico en sus actitudes, su cara siempre oculta detrás de la capucha negra.  Ignoro sus facciones, es alto y fornido, poco habla. Los otros dos  qué se turnan para traerme la comida parecen más comunicativos. Dicen que todo acabará pronto. Sus voces fuertes y seguras me llegan a transmitir ánimo. Otras veces los veo taciturnos, ni siquiera entre ellos se dicen nada, Van por la casa sin hacer ruido, como fantasmas haciéndome creer a ratos que estoy solo durante horas, abandonado en este encierro sin que pueda imaginarme a donde han dejado la llave. Descubro su presencia al verlos puntuales cada mañana con el desayuno que me dejan a un lado de la cama.

 A ratos los noto disgustados, maldicen la presencia de helicópteros cuando pasan a poca altura y desaparecen en la distancia. Oigo la reiteración de la orden al hombre que vigila junto a la puerta en caso extremo. Y llegó a pensar en lo imposible que resulte la salvación en este cuarto de cuatro paredes sin ventanas con el techo elevado y está semipenumbra oxida y mohosa apenas con un montón de revistas y periódicos del pasado que acaso nunca pude leer en mí ocios en la oficina.  Las caras de conocidos, amigos y enemigos en las fotografías sin que amortigüe del todo la espera ni la infinidad de días y días en el mismo encierro.

-Qué vaina con su familia- me dice uno de ellos- unas veces dicen que sí y otras que espere por qué no acaban de reunir la plata.

- Pero es que la tienen y no les da la gana- dice el otro.

- Vamos a ponerles un plazo, si no lo cumplen van a ver lo que les espera.

 Es lo que en verdad ha llegado a llenarme de presentimientos. Han llamado varias veces a mi esposa, ella sentada en una silla de la sala con la bocina agarrada cómo los simios a un objeto raro lloriquea diciendo que esperen, el dinero no se ha reunido,  cuando lo sabemos, ellos con sobrada razón, lo sé yo con desgano que está listo en el instante oportuno. Pero no. Sé también de su espera silenciosa de pie tras el ventanal, sonriente, salpicada de su sonrisa mientras espera la convenida llamada de Alejandro, mi gran socio y amigo a invitarla en la noche a salir juntos a comer y a estar un rato en algún lugar ocultos de toda mirada inoportuna. Aunque ya no sea un secreto y sólo con el fin de llamar la atención tratan de esconderse. Ya ella me lo había dicho:

- Por haberte metido con esa estúpida empleada te voy a castigar donde más te duela.

 Y así ha venido sucediendo. Ella muy sonriente y muy pegada siempre a mi socio y yo a la espera de otro golpe imprevisto. Mi hermano como enemigo número uno a causa de sus deudas que ya no me podrá pagar mientras mis hijos al otro lado del mar y lejos de mí preciso para evitar que les pase esto aún no me creen. Por eso he llegado a la conclusión final y amarga de qué puedo esperar muy poco. Acaso ya no tengo nada para disimular. ni de arrepentirme y mis presentimientos vaguen sueltos a través del espacio y sólo piense cada momento en Elena, su rostro entristecido y ojos grandes, sólo en Elena, distante en algún sitio remoto de la ciudad que ya no sé, su cuerpo fresco y cabello negro, delicada y silenciosa. Todas las mañanas en la oficina sentada junto al escritorio con mesura. Recatada, misteriosa, ambas cosas me hicieron quererla y ser paciente y estratégico ante sus continuas negativas.

- Escribiendo el testamento, dr  Medina- me dice uno de los hombres al entrar sin que no me diera cuenta.

-La verdad no sé.

- Le traigo buenas noticias, dijeron por la radio que sus hijos acaban de llegar al país a ponerse al frente del caso.

-Ojalá resulte.

- Resultará, queremos que así sea, Además usted me parece buen tipo y nos daría muchísimo pesar hacerle algún daño.

 Ha pasado otra noche igual de larga y de incierta las anteriores de poco sueño y una vigilia asediado por los mismos pensamientos. Son las siete, hora en que Elena se arregla frente al espejo del tocador y sale presurosa a la calle, la imagino irse a su nuevo empleo con el pelo húmedo, su fragancia de jazmínes áspera y amarga, alejada de las intrigas de antes. ¿Qué dirán hoy los periódicos? Y qué chismes habrá inventado mi esposa, asesorada tarde y mañana de su corte de brujos y quirománticos mientras el resto de la sociedad confabula y comenta los sucesos cada vez más convencidos de las palabras de ella. Elena, desinformada, acaso pensando en el  lio absurdo, creyendo si más bien sea mejor olvidarse de todo y emprender una retirada prudente y eficaz. Pienso en su rostro entristecido el día de nuestro último encuentro en el restaurante, su traje oscuro y el cabello sobre los hombros.

- Tu esposa ha vuelto a llamarme, no sé cómo ha vuelto a ubicar mi número.

-¿Te insulto?

- No, únicamente dijo que iba a hacer hasta lo imposible con tal de dañarnos todo.

- A mí también me lo dijo.

- Le recordé lo que andan diciendo por ahí. Se puso muy indignada, tiró el teléfono. --Bueno tengo que irme.

- Nos vemos mañana a las seis.

- Está bien, a las seis.

 Pero esa tarde, una hora antes de la cita, al salir de la entrevista en la oficina de Montejo, mi otro socio, mientras caminaba hacia el  parqueadero, un par de hombres me encañonaron con sus pistolas, dijeron camine con nosotros y no grite. En su carro estacionado cerca al andén me hicieron subir en la parte de atrás, tuve que sentarme en medio de los dos y simular que iba como otro pasajero. Nada de lo que pudiera pasar me preocupó hasta entonces, tan sólo me apesadumbrado a mi cita de las seis. Este ha sido mi temor más frecuente como si algo me dijera a cada momento que no la veré de nuevo.

- No termina el testamento doctor Medina- me dice uno de ellos al entrar con el desayuno.

- Me falta muy poco.

- Es mejor que se apresure, las cosas no mejoran.  Sus hijos están negociando pero regatean como si fuera huevos.

- Me gustaría que me dejaran hablar con ellos. Tal vez los convenza.

- Es inútil, ya les colocamos la grabación del otro día se acuerda, donde usted dice que paguen lo que sea.

 Ha vuelto a salir por la puerta como suelen hacer siempre, igual que fantasmas, su porte altivo, desafiante y esa gentileza que me desconcierta. 

Los tres son casi iguales, parecen diseñados con un molde similar con sus costumbres silenciosas, sus juegos de cartas ...

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