La princesa y el plebeyo
Por Hector I. Vinsh
Enviado el 09/04/2018, clasificado en Cuentos
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La princesa sin nombre vivía en su gran castillo con todos los lujos que sus secuaces lograban darle. En una tarde como cualquiera, un hombre no muy alto ni muy guapo llegó al reino pidiendo hablar con la princesa. La princesa lo aceptó porque ese día le habían servido pavo enmelado, su favorito. El plebeyo confesó que amaba a la princesa desde hace muchos años, pero nunca había tenido el valor para decírselo, tuvo que matar cien guerreros, de los más valientes para dejar su cobardía y por fin dirigirse al reino. La princesa un poco conmovida por el plebeyo, aprovechó su posición para ponerle una prueba más. Lo llevó a su dormitorio y en privado le propuso. “Si consigues esta prueba te amaré por el resto de los tiempos” El muchacho, que ya le brillaban algunas canas en su cabellera negra, preguntó entusiasmado. “Te amaré, si me matas, ese es el trato” dijo la princesa. En ese momento el hombre palideció, sus ojos pequeños se agigantaron. No sabía qué hacer, por un lado quería el amor de la princesa a cualquier costo, pero ese mismo amor que él quería lo sentía por ella, por lo que no sería capaz de matar a su amada. Después de un par de minutos el hombre le puso una condición. Él aceptaría el trato pero la mataría cuando él quisiera. La princesa un poco pensativa aceptó. Pasaron 50 años, una terrible plaga atacó el reino y muchos enfermaron, entre ellos, la princesa, que ahora era reina. En su lecho de muerte, recordó esa promesa que su esposo, un hombre no muy alto ni muy guapo, que sostenía su mano en la cama, le había hecho. Ella se lo reprochó. “Nunca cumpliste tu promesa” el plebeyo, que ahora era un rey le dijo con un tono suave “Te engañe”. Lo cierto era que el suicidio no pasó por la mente de la princesa en los últimos 50 años como lo hizo en sus primeros 20.
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