Empecé a ver todo más oscuro. Los sonidos se alejaban cada vez más. Un leve temblor y la sensación de calor precedieron a la ceguera temporal. Lo siguiente que recuerdo fue la puerta, muy ornamentada, que estaba entreabierta. Detrás de ella un escritorio común, como cualquier escritorio común de cualquier oficina común de cualquier trabajo común.
Un hombre sentado en una silla de oficina, de esas con rueditas, leía unos papeles. Me pidió que pasara. Un espejo en la pared me reflejó vestido de blanco que no era la misma que usaba cuando me empezó a doler el pecho.
-Es mi deber informarle que usted ha muerto- dijo impasible, como si repitiera el padre nuestro o el juramento a la bandera - sígame por favor.
Se acercó a una puerta lateral y al abrirla se vio un pasillo que tenía varias puertas que supuse habitaciones. Nos detuvimos en la tercer puerta, la cual abrió y me hizo pasar. En la habitación, sin ventanas y con las paredes blancas, solo había una silla, y una pequeña lámpara de luz también blanca. Me invitó a sentarme, lo cual hice con poca prisa.
Sólo por conversar, quise hacer un chiste: - oiga, ojalá que el plan para mañana sea más emocionante, porque este paraíso parece muy aburrido.
El hombre salió en silencio y cuando estaba cerrando la puerta, hecho que le dibujó una especie de sonrisa, dijo:
- no sé que la hace pensar que esto es el paraíso- y luego, cuando finalmente cerró, escuché cómo giraba la llave.
Esto que refiero no sé si lo recuerdo, si lo cuento o un poco de ambas cosas, o si sólo es producto de una pobre y afiebrada imaginación. Solo sé que, según mis cálculos, a los diez minutos se apagó la lámpara. Y de esto hace ya dos días, un mes o tres años y que en ese tiempo, sea cual sea, nadie me habla y todo sigue a oscuras.
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