Paseaba por el borde de la playa, a un lado veía el verde ya apagado de las palmeras cuanto más avanzaba el ocaso. Al otro el mar siempre inquieto, destelleando todavía alguna ola en despedida a la luz de la tarde.
Le gustaba sentir la caricia envolvente de las olas en sus pies, el olor a salitre y el rumor de las olas.
Creía caminar solitario, pero sus ensoñaciones fueron interrumpidas por un chapoteo. Miró hacia el origen del sonido y sus ojos se encontraron con los de ella. Hala! Creía que no volvería a verla! Pero allí estaba, escurriéndose el pelo mientras su mirada se quedaba prendida en los suyos.
La impresión de sorpresa de ambos pasó a un momento de hormigueo, de nerviosismo al no atreverse ninguno a romper el hielo. Ninguno encontraba sonidos, estaban todos a punto de brotar a la vez mas ninguno salía.
Sus ojos se llenaban de sus pupilas, expectantes… miel refulgente los de él, cuarzo ahumado los de ella, resaltando en ellos la energía habitual de su mirada.
Ella estaba como siempre, natural; cuerpo de deliciosas curvas y turgente .
Él respiró poco a poco, cada vez más profundamente, intentando salir de la parálisis en que estaba. Poco a poco se sintió lo suficientemente tranquilo para poder emitir un sonido que pareciera una palabra. Hasta que se dio cuenta que había entrado en el agua y su cuerpo también estaba mojado y muy cerca de ella.
No sabía cómo había llegado hasta ella, su mente y su ser estaban en ella.
Con timidez esbozó una sonrisa esperanzada. Los ojos de ella sonrieron y la emoción que ambos sentían brotó como un manantial al encontrar la salida entre las rocas que la aprisionaban.
Se fundieron en un abrazo, sintiendo el cuerpo del otro contra el suyo, suavemente se acariciaron y por fin pudieron susurrar las primeras palabras al oído del otro, con profundo sentido para el otro.
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