Juego de trolas

Erase una vez alguien que lo quería todo sin hacer nada, pero haciendo creer a la plebe que se esforzaba mucho a cambio de migajas. El azote de la corrupción, el que en buena hora blandió la espada justiciera, esa es la imagen que se creó de sí mismo, pues el que hace la ley, hace la trampa.

Las mentiras repetidas mil veces se transforman en verdades, por eso él se veía como un santo mientras escupía veneno contra los justos de verdad, pero todo, por supuesto, con la máxima bondad y profesionalidad que exigían su cargo.

Algunos apuñalan a plena luz, otros critican ese comportamiento, normal, ellos podrían hacerlo mejor, de hecho lo hacen, pues apuñalan más y encima quedan en la misma posición que Santa Teresa de Calcuta por criticar a otros malos, lo cual me recuerda al pobre camello de barrio que va a la cárcel por unos gramos, mientras sus ricos proveedores se ríen de él desde sus grandes mansiones, pues ellos tienen negocios legales de verdad que les sirven de tapadera para sus trapicheos a gran escala, o negocios, pido perdón si confundo conceptos.

Las apariencias son muy importantes, no es lo mismo atropellar a un banquero, naturalmente hablo de un número razonable de veces consecutivas, cinco o seis, tampoco hay que ensañarse, que a la tercera ya habrá muerto, que hacerle lo mismo a tu madre, pero la realidad es que ambas acciones son asesinatos y deben ser condenados por ese ente tan lejana, al que los más mayores de nuestra sociedad llaman justicia.

Propongo a todos los nuevos políticos que presenten su árbol genealógico, a poder ser sin falsificar, y que sean descartados todos aquellos que tengan parientes, ya estén vivos o muertos, ejerciendo la política, pues ya no estamos en la Edad Media, a pesar de que tengamos “presos políticos”, expresión que no puedo usar sin reírme, ya que los auténticos presos políticos no ven la televisión ni publican comentarios en sus redes sociales a todas horas. En fin, colorín colorado, este cuento todavía no se ha terminado.