El castillo en el claro 2.2.
Capítulo 2. 2 La huida
¡Que dolor de cabeza! ¿Dónde estaba?¿Qué había sucedido? No conseguía recordar nada. Se sentía aturdido y magullado. Tenía frío. Notaba las manos y los pies entumecidos y no lograba moverse. Todo le daba vueltas y la oscuridad no le permitía hacerse una idea de dónde se encontraba. Poco a poco consiguió enfocar la vista, hasta entonces borrosa y creyó distinguir unas graves voces en la lejanía. Trató de recordar. Se dirigía a ver a su madre, Froila lo había instado a hacerlo. Era entonces cuando había sido atacado y... ¿Secuestrado? La certeza de haber sido víctima de un engaño, lo hizo temblar de rabia y miedo. ¿Tendría algo que ver aquel mostrenco de Tártalo? No, no lo creía lo suficientemente inteligente... a no ser que lo hubiera hecho bajo las órdenes de otro... En fin, de nada le servían tales elucubraciones. Al fin y al cabo, no le encontraba utilidad alguna al hecho de conocer la identidad de sus secuestradores si no conseguía escapar de su encierro. Comprendió que tenía que ser práctico y se dispuso a analizar la situación para posteriormente trazar un plan. Miró alrededor y se percató de que se encontraba tumbado en el suelo, boca arriba y atado de pies y manos. Estaba en un habitáculo poco mayor que la caseta en la que los palafreneros guardaban sus utensilios y la humedad era evidente, de lo que dedujo que no se hallaba de ningún modo entre las sólidas paredes del castillo. Además no había ventanas pero a pesar de todo la luz penetraba entre las rendijas de la pared. Imaginó que la construcción en la que lo mantenían cautivo era de madera, lo que le facilitaría la huida en caso de poder desprenderse de sus ataduras. Por la intensidad de la luz supuso que debía de ser medio día, lo que indicaba que había permanecido inconsciente al menos un día entero. Fuera las voces fueron aumentando de volumen y le pareció escuchar una discusión entre al menos tres hombres.
Probablemente trataban de decidir su suerte. Klaus no lo dudó. ¡Debía darse prisa y actuar antes de que fuera demasiado tarde! Aprovechó el hecho de que sus captores discutieran para ponerse en pie y tratar de romper sus ataduras contra una especie de aldabas que sobresalían de una de las paredes. Tenía más posibilidades de que no lo oyesen mientras estuvieran tan alterados. Tras mucho esfuerzo, consiguió liberar sus manos y a continuación desató la soga que le mantenía inutilizados los pies. Tardó en poder mover las piernas normalmente y las muñecas le ardían por el roce de la soga. La sien le latía y, por la sangre seca que tenía adherida al cabello, a la altura de la nuca dedujo que había sangrado profusamente. Quizá ese fuera el motivo de su debilidad. Ahora venía lo más complicado. ¿Cómo salir de allí? No tuvo tiempo de plantearse opción alguna. Bruscamente, la puerta se abrió y, sin poder distinguir los rostros debido a que se encontraban a contraluz, vio a dos hombres que se disponían a entrar. Klaus reaccionó rápidamente. No sabría decir si fue el miedo el que lo empujó o simplemente el instinto de supervivencia pero, aprovechando que sus secuestradores tardaron unos segundos en adaptarse a la penumbra de la estancia, el príncipe echó a correr por el espacio dejado entre uno de ellos y la puerta. En su huida arremetió contra un tercero que permanecía vigilante y continuó corriendo hacia unos árboles que consideró podrían ocultarlo de momento. A cada paso que daba, la cabeza le latía y se encontraba mareado. Oía a aquellos rufianes a pocos metros y sabía que no sería capaz de despistarlos. Entonces, llegó al bosque y decidió trepar a un frondoso árbol a su izquierda y esperar en silencio. Trató de serenarse para que su agitada respiración no lo delatara y se ocultó entre la espesa copa.
-Vamos, por aquí. ¡No puede haber ido muy lejos! -Escuchó gritar desde su escondite.
-¡Que par de memos! ¿Cómo puede ser que un imberbe de 12 años pueda engañaros de ese modo? -Exclamaba el que parecía al mando enfurecido.
-Disculpadnos, estábamos distraídos y.. .-Las disculpas enojaron más al tercer hombre.
-¡Pues no hay tiempo para distracciones!¡Estamos hablando del futuro del reino! Traedme al muchacho o lo pagaréis caro!
-Sí, señor
-Sí, señor- Contestaron avergonzados y temerosos de las consecuencias.
La voz del que parecía que estuviera al frente ¡era la de Arnalt! Tendría que haberlo supuesto. Ese engreído malvado y... En fin, debía de contener su rabia y continuar actuando con tranquilidad y sensatez.
Pasaron horas hasta que Klaus se decidió a bajar del árbol. No quería precipitarse y que aquellos mastuerzos lo estuvieran esperando agazapados en cualquier rincón. Había oscurecido pero era una noche con una gran luna que permitía ver a muchos metros. No sabía si este hecho era beneficioso o perjudicial y, mientras caminaba con paso torpe debido al entumecimiento y la debilidad empezó a pensar que el lugar en el que estaba le resultaba familiar. De repente escuchó un sonido que le aceleró el pulso. Se paró en seco y comprendió que sólo era el crujir de las hojas a su paso. Inspiró para tranquilizarse y fue entonces cuando percibió aquel olor a eucalipto que lo transportaba más de cuatro años atrás y entonces, a unos metros y recortado contra la enorme luna llena... un castillo, su castillo, el castillo del claro. (continuará)
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