EL MAL CAMINO DEL AMOR 1
Por franciscomiralles
Enviado el 27/04/2018, clasificado en Amor / Románticos
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Desde que empecé a jugar al mus en el Salón de Actos del Club Naútico que está situado en un
pueblo marítimo del litoral barcelonés en el que conocí a María que es una hermosa mujer oriunda
de Oviedo; morena, con una cálida y aterciopelada mirada en unos chispeantes ojos negros que
me hacían vibrar, porque éstos me sugerían una manera de ser cordial y afectiva, no podía dejar
de pensar en ella a todas horas; era si a pesar de haber tenido bastantes experiencias amorosas
con distintas féminas a lo largo de mi vida, ahora de pronto volviese a la adolescencia con la
mujer de mis sueños.
LLevado por el embrujo de su persona, una tarde en la que se celebraba el cumpleaños de un
socio en aquella entidad y María se hallaba en la barra del bar tomando una copa de cava, yo me
acerqué a ella para sentir el aura de su compañía.
- Oye, juegas muy bien al mus. Has practicado mucho ¿verdad? - me dijo María risueña.
- Sí. Bastante. Pero confieso que hoy no me sentía nada inspirado. Pero cuando he visto la luz que
hay en tu mirada, algo muy vivo ha renacido en mí - le respondí con mi mejor sonrisa
cautivadora-. ¿Qué te parece si salimos de aquí y vamos a un lugar que yo sé donde ponen una
música estupenda? - le sugerí.
- Ay; eres muy amable Juan, pero no puedo porque mi marido me está esperando en casa -
rechazó la invitación tomándome de un brazo.
- Es una lástima, porque te has apoderado de lo más hondo de mi ser - le dije en un arrebato.
Ojalá te hubiese conocido unos años atrás.
- Lo siento Juan. Pero yo estoy bien con mi marido. Le admiro porque es un hombre honesto.
Mira, si quieres te puedo presentar a una amiga muy maja.
- No quiero a ninguna amiga. Te quiero a tí.
Seguidamente María se alejó de mi lado para ir a hablar con otra mujer.
Sin embargo yo no me di por vencido. Como hombre práctico que soy, y estoy acostumbrado a
luchar para alcanzar un objetivo prescindiendo de todo escrúpulo, y de las conveniencias sociales
puesto que soy un alto ejecutivo de una multinacional que se mueve en el mundo financiero, y
por lo tanto consciente de que con mi romanticismo a flor de piel no conseguiría nada de María,
dejé de lado mis sentimientos hacia ella y me dispuse a urdir un maquiavélico plan.
Sabía que este matrimonio basaba su fidelidad conyugal, el concepto de la honestidad en una
rígida moral religiosa de una Asociación Católica a la que pertenecía, la cual no dejaba de ser
muy hipócrita, porque a pesar de predicar la caridad con los pobres ésta era de lo más codicioso
que se pueda imaginar, y lo más probable era que Roberto, que así se llamaba el marido de mi
amada María también sería igual.
De manera que teniendo en cuenta la fragilidad de la naturaleza humana ya que el Hombre
facilmente se pierde frente al brillante, no cabía más que provocar una desastrosa situación
en la pareja para que María dejase de admirar a su marido. Pues la admiración que una mujer
pueda sentir por alguien es muy relativa porquese puede desmoronar por cualquier
eventualidad.
Yo soy de los que piensa que en el amor y la guerra todo está permitido y no se puede andar
con remilgos porque de hecho la vida es como una selva en la que luchan dos ciervos para
aparearse con la hembra, y el vencedor se queda con ella. Los humanos somos igual sólo
que más complejos. Y es evidente que en este caso yo soy el más fuerte. Claro que cuando yo
ganara la batalla a Roberto para quedarme con su mujer, ésta podría hacer de mí lo que
quisiera. Igual podría matarme, o limpiar mi mala conciencia; que yo fuese mejor persona.
Pero mientras tanto, tenía que poner en marcha mi plan. A decir verdad yo siempre he sido
un tramposo. Desde pequeño nunca nadie se ha preocupado en educarme convenientemente;
y en mi adolescencia aprendí que en realidad la bondad es un eufemismo que quiere decir
debilidad; cosa que yo no estaba dispuesto a asumir si quería conseguir lo que quería. Pues
había que saber encontrar el talón de aquiles de quien fuese para vencer cualquier
resistencia que me saliera al paso.
Tenía noticia de que la empresa de Roberto- el marido de María- iba mal; que estaba a punto
de hacer suspensión de pagos, y como él iba regularmente a jugar al pádel a un Club de Tenis
de aquella localidad, yo también me apunté en aquel sitio, y como ya lo había visto en un par
de veces en compañía de su mujer enseguida lo localicé. Así que al cabo de unas cuántas
partidas de pádel entablé una cierta amistad amistad con él.
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