EL MAL CAMINO DEL AMOR 1

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Desde que empecé a jugar al mus en el Salón de Actos del Club Naútico que está situado en un

pueblo marítimo del litoral barcelonés en el que conocí a María que es una hermosa mujer oriunda

de Oviedo; morena, con una cálida y aterciopelada mirada en unos chispeantes ojos negros que

me hacían vibrar, porque éstos me sugerían una manera de ser cordial y  afectiva, no podía dejar

de pensar en ella a todas horas; era si  a pesar de haber tenido bastantes experiencias amorosas

con distintas féminas a lo largo de mi vida, ahora de pronto volviese a la adolescencia con la

mujer de mis sueños.

LLevado por el embrujo de su persona, una tarde en la que se celebraba el cumpleaños de un

socio en aquella entidad y María se hallaba en la barra del bar tomando una copa de cava, yo me

acerqué a ella para sentir el aura de su compañía.

- Oye, juegas muy bien al mus. Has practicado mucho ¿verdad? - me dijo María risueña.

- Sí. Bastante. Pero confieso que hoy no me sentía nada inspirado. Pero cuando he visto la luz que

hay en tu mirada, algo muy vivo ha renacido en mí - le respondí con mi mejor sonrisa

cautivadora-. ¿Qué te parece si salimos de aquí y vamos a un lugar que yo sé donde ponen una

música estupenda? - le sugerí.

- Ay; eres muy amable Juan, pero no puedo porque mi marido me está esperando en casa -

rechazó  la invitación tomándome de un brazo.

- Es una lástima, porque te has apoderado de lo más hondo de  mi ser - le dije en un arrebato.

Ojalá te hubiese conocido unos años atrás.

- Lo siento Juan. Pero yo estoy bien con mi marido. Le admiro porque es un hombre honesto. 

Mira, si quieres te puedo presentar a una amiga muy maja.

- No quiero a ninguna amiga. Te quiero a tí.

Seguidamente María se alejó de mi lado para ir a hablar con otra mujer.

Sin embargo yo no me di por vencido. Como hombre práctico que soy, y estoy acostumbrado a

luchar para alcanzar un objetivo prescindiendo de todo escrúpulo, y de las conveniencias sociales

puesto que soy un alto ejecutivo de una multinacional que se mueve en el mundo financiero, y

por lo tanto consciente de que con mi romanticismo a flor de piel no conseguiría nada de María,

dejé de lado mis sentimientos hacia ella y me dispuse a urdir un maquiavélico plan.

Sabía que este matrimonio basaba su fidelidad conyugal, el concepto de la honestidad en una

rígida moral  religiosa de una Asociación Católica a la que pertenecía, la cual no dejaba de ser

muy hipócrita, porque a pesar de predicar la caridad con los pobres ésta era de lo más codicioso

que se pueda imaginar, y lo más probable era que Roberto, que así se llamaba el marido de mi

amada María también sería igual.

De manera que teniendo en cuenta la fragilidad de la naturaleza humana ya que el Hombre

facilmente se pierde frente  al brillante, no cabía más  que  provocar una  desastrosa  situación

en la pareja  para  que María  dejase de admirar a su marido. Pues  la admiración  que  una mujer

pueda sentir  por  alguien es muy relativa porquese puede desmoronar por cualquier

eventualidad.

Yo soy de los que piensa que en el amor y la guerra todo está permitido y no  se puede  andar

con  remilgos porque de hecho la vida es como una selva en la que  luchan dos ciervos  para

aparearse  con la  hembra, y el vencedor  se queda con ella. Los humanos  somos igual sólo

que  más complejos. Y es evidente que en este caso yo  soy  el más fuerte. Claro que  cuando yo

ganara  la  batalla a  Roberto para  quedarme con su mujer, ésta podría hacer  de mí lo que

quisiera. Igual podría matarme, o limpiar mi mala conciencia; que yo fuese mejor persona.

Pero mientras tanto, tenía  que  poner en marcha mi plan.  A decir  verdad yo siempre he sido

un tramposo. Desde pequeño nunca nadie se  ha preocupado en educarme convenientemente;

y  en mi adolescencia  aprendí  que en realidad la bondad  es  un eufemismo que  quiere decir

debilidad; cosa  que yo no estaba dispuesto a asumir si  quería  conseguir lo  que quería.  Pues

había que  saber encontrar  el talón de aquiles  de  quien fuese  para vencer  cualquier

resistencia que me saliera al paso.

Tenía noticia  de  que  la empresa  de Roberto- el marido  de María-  iba mal; que estaba  a punto

de hacer  suspensión  de pagos, y como él  iba regularmente a jugar al pádel  a  un Club  de Tenis

de  aquella localidad, yo  también me  apunté en aquel  sitio, y como ya lo había visto en un par

de  veces  en compañía de su mujer enseguida lo localicé. Así que  al  cabo de unas  cuántas

partidas  de pádel  entablé una cierta  amistad  amistad  con él.


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