Mi egipcio

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#1 EL EGIPCIO

Aquel verano de hace dos años, tenía un examen de inglés importantísimo, probé suerte en muchas webs de "oral speaker partners" porque esa era la parte que llevaba más floja. En una de esas webs fue donde conocí a mi egipcio, se llamaba Amel tenía 38 años y estaba preparando su doctorado en paleontología en la Universidad de mi ciudad.

Estuvimos hablando todo el verano, nuestro trato era que yo le ayudaba a practicar el español y él, con el inglés. Contra todo pronóstico, continuamos hablando después de mi examen, y nuestra conversaciones terminaron desembocando en el sexo. Yo era virgen, acababa de cumplir 18 años y aún no había estado con ningún hombre, pero quería hacerlo, ya iba a la universidad, o al menos lo haría después del verano, debía hacerlo.

Quedé con él el primer día después de clase, dos años después todavía recuerdo lo nerviosa que estaba mientras le esperaba en la parada del autobus, pensé que no vendría pero finalmente se presentó: alto, moreno, nariz aguileña y atractivos rasgos arábigos. Yo soy bajita, de piel clara y rubia con ojos azules, pero tengo buenas curvas, lo cual a él le encantada. Mientras caminábamos hacia su casa, la gente nos miraba re reojo extrañada, puesto que teníamos la edad suficiente para ser padre e hija, pero no nos parecíamos para nada.

Una vez en su apartamento, los dos estábamos visiblemente nerviosos, no obstante, él tomó el control. Se acercó a mí con los brazos abiertos, yo respondí fundiéndonos en un abrazo. Poco a poco noté como su mano bajaba por mi espalda hasta llegar a mi trasero donde se detenía lentamente, sus labios tampoco estaban quietos, besaban mi cuello y descendían también. Yo, que nunca había tenido contacto con ningún hombre, me dejé llevar y le besé en sus labios carnosos.

Nos sentamos en su sofá, besándonos por turnos conmigo sentada en sus rodillas. Me encantaba como sonreía cada vez que me besaba, y tengo que confesar que su acento cuando pronunciaba mi nombre, me hacía apretarme más contra él. Cuando el ambiente ya estuvo bastante caliente, me cogió en brazos y me llevó hasta su dormitorio.

Una vez allí, me dejó en la cama. Yo llevaba un vestido de verano azul apretado de tela fina y que dejaba ver un generoso escote, combinado con unas sandalias de tacón de aguja que me había puesto para compensar la diferencia de altura. Él estaba de pie, en frente de mí, se inclinó sobre mí, me besó los labios y bajó descendiendo, descubriendo mis grandes pechos, fuera del vestido. Sus labios siguieron bajando hasta que terminaron debajo de mi vestido, con sus grandes manos deslizó mis diminutas bragas de encaje blanco y me besó, descubriendo yo, para mi sorpresa, lo húmeda que estaba.

Todavía llevaba las sandalias puestas cuando él, sin quitarse la ropa tampoco, abrió la cremallera de sus vaqueros y se tumbó sobre mí. Yo le besé antes de que él pudiera decir nada, me preguntó si quería hacerlo, le dije que sí; volvió a preguntármelo otra vez tras otra ronda de besos, esta vez con lengua, mi respuesta fue afirmativa también; me recordó que si queria podíamos parar cuando yo quisiese, me alegré de haber decidido hacerlo con él, había sido sin duda la decisión correcta.

Con un último beso por mi parte, bajó la vista hacia nuestras caderas, me indicó que le rodeara las suyas con mis piernas. Hice como me indicó, me vestido se subió, dejando al descubierto una inglés afeitadas, de un color rosa, a mí me parecía que mi vagina tenía tenía un color infantil pero a él pareció gustarle porque me besó de nuevo apasionadamente antes de usar su mano para guiar su pene dentro de mí. Le abracé y me apreté contra él, podía notar los botones de su camina contra mis blandos pechos, cuando empujó su largo pene dentro de mí.

No voy a negarlo, dolió, unas lágrimas que él luego besó cayeron rodando por mis mejillas, pero luego de un par de empujones más, el dolor se convirtió en placer.

Con mis piernas alrededor de sus caderas, mis espalda arqueada, el me besaba mientras sujetaba mis caderas y empujaba a un ritmo acompasado, mis pechos se bamboleaban siguiendo el mismo ritmo; él cogió y jugó con el pezón. Podía ver en su cara que estaba disfrutando como un niño pequeño con un juguete nuevo, yo mientras me dejaba llevar, como había hecho antes, sintiendo todas aquellas experiencias nuevas que mi cuerpo estaba experimentado.

Cambiamos a otras posiciones, colocó mis piernas en sus hombros, tuvo miedo de que los tacones pudieran hacerle daño, pero creo que eso le excitaba aún más porque aumentó el ritmo, el cabecero de la cama nos seguía cada vez más rápido. Cuando pensaba que ya no podía aguantar más, estaba a punto de correrme, volvió a cambiar de posición, ahora yo estaba boca a bajo con las piernas abiertas, él me penetraba desde atrás. Ahora mi vestido estaba completamente subido, hasta la altura de los pechos que ya estaban antes fuera del escote, pero su mano los acariciaba ahora de nuevo; desde detrás mía podía oír como gemía él también, me mordía la oreja y yo le decía que ya no podía más, que estaba a punto de correrme.

De repente, salió de mí y yo me quedé sola, me sentí vacía, demasiado confundida con todas aquellas emociones. Me giré buscándolo, él me estaba esperando. Volvió a tumbarse sobre mí, y me susurró "venga, ahora vamos a terminar, juntos". Yo ya sabía que tenía que hacer, coloqué las piernas en torno a sus caderas, me penetró con dulzura, como siempre pero esta vez firme, sus envestidas era más rápidas que antes, yo las acompazaba con mis caderas también, cada vez más rápido, los barrotes de la cama nos hacían de coro. Llegó un momento en el que lo noté, no sólo que yo estaba lista, sino que él también. Fueron tres envestidas más, una, dos y tres, y se vació, lo sentí dentro de mí, derramarse, perderse...

Ahora fui yo la que no le dejó irse, lo abracé con mis piernas y mis brazos, quería sentirlo, sentir ese momento tan especial juntos. Él se había derrumbado después de correrse, me besó en la mejilla cuando se recuperó de la oleada de placer, me preguntó si me había gustado, y me recordó lo hermosa que era.

 

Y aunque eso no fue todo, el resto lo reservo para mí; quizás otra día, cuente como fueron el resto de mis encuentros con Amel, mi egipcio.


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