Rose era viuda desde hacía casi nueve años, nunca había podido superar la muerte de su esposo, sus hijos la animaban a que lo intentara de nuevo, pero ella no se decidía.
Un día recibió una carta de su único cuñado, para informarle que sus suegros habían fallecido repentinamente y que tenía una carta para ella. Decidió tomarse unos días y se fue a visitarlo.
Su cuñado Ray vivía en el campo, tenía un pequeño viñedo y producía un vino especial, por el que había recibido un premio años atrás. Al llegar lo vio, era la misma imagen de su marido pero, más musculoso y bronceado, ella quedó muy impresionada; su cuñado le dio la carta, mientras la veía detenidamente, no la recordaba tan bonita, decidió darle tiempo para que la leyera a solas y se fue.
En la carta, su suegra le daba las gracias por haber amado tanto a su hijo, por los nietos que le dio y por haberla querido como lo hizo, al final le decía: vive que la vida para ti no ha acabado, al leer esto Rose empezó a llorar.
Cenaron juntos y Ray le explicó que su madre le había dejado algunas joyas, después la acompañó a su cuarto y le dijo descansa bien, mañana saldremos a caballo.
Rose era buen jinete pero al ir trotando recibía un suave golpeteo en su parte íntima y sin darse cuenta, se descubrió excitada; eso le molestó, trató de pensar en otra cosa pero entre más trotaba más se excitaba y decidió galopar para regresar rápido; mala idea, esa sensación no se iba, y el movimiento de sus propios pechos no ayudaba, quiso frenar al caballo, para regresar a pie, pero no lo pudo controlar y se desbocó, tumbándola al río cuando iban a cruzarlo.
Ray llegó, vio que estaba empapada y con la camiseta mojada se le insinuaban sus enorme pechos, él le da la mano para ayudarla a salir y fue peor, el contacto de su piel hizo que el hormigueo que sólo tenía en sus partes, ahora la recorriera por completo, ella lo hace a un lado y vuelve a caer al agua, se disculpa diciendo –perdí el equilibrio—.
Se regresaron los dos en el mismo caballo, iban despacio y Rose se dio cuenta que así, sentía el cuerpo de Ray en su espalda y la montura hacía presión por delante, fue una larga y deliciosa agonía.
Al llegar ya se había secado, probaron el vino y siguieron hablando, se sentían tan a gusto, Rose no quiso cenar y opto por irse la cama temprano.
Antes de dormirse Ray decide pasar por el cuarto de ella, a darle las buenas noches, la puerta estaba entreabierta y la oye quejarse, entró, estaba en cama y llorando, le habló y no contestó, le tocó el brazo para despertarla y descubrió que tenía mucha temperatura, ella lloraba y le hablaba al esposo.
Ray no lo pensó, le quitó la ropa y la metió a la regadera, ella apenas reaccionaba, al verlo le dijo −amor− y él supo que pensaba en su hermano, se quedó bajo el agua, la cargaba y no le pesaba, sentía su piel suave, podía oler su cabello. Después de unos minutos, ella le dijo –hazme el amor, necesito que me hagas el amor−
Ray no contestaba, temía que si hablaba ella supiera que era él; seguían bajo el agua y ella insistía – por favor, por última vez− y Rose se bajó de sus brazos y lo empezó a desvestir, Ray trataba de detenerla, pero ella suplicaba, se sentó en el suelo a llorar, él trató de levantarla y ella le dijo, −viniste, quiéreme por favor−, y lo siguió desvistiendo y ahí bajo la ducha se disfrutaron, ella pensando en su esposo le chupaba la verga, la sentía suave y viva, él se dejó llevar y acercándose a ella la besó, ella se dejaba querer y él deseándola la penetró, se sintieron en el cielo, Ray quería continuar, recordando que ella estaba enferma decidió sacarla del agua.
La recostó en la cama y la tapó, la fiebre había cedido, levantó la sábana tenía que verla desnuda, aunque fuera por última vez, era hermosa y le gustaba; él seguía desnudo y tenía otra erección, el sólo verla era suficiente para eso, se acerca y con una mano le tocó los pechos, suaves y cálidos, no se movía, trató de besarla, pero no pudo, se conformó con sentir sus labios, bajó la mano hasta su vientre y le tocó ambas caderas, él creía que iba a explotar, la volteó de lado y se recostó detrás de ella sintiendo todo su cuerpo, él no pedía más, siempre la amo en silencio y este momento ni su hermano se lo quitaría, no quería moverse, ella se puso bocabajo y abrió las piernas.
Qué hacer? Pensó Ray, no quiero que vaya a creer que me aproveché, respiraba su olor, en voz baja y sin darse cuenta dijo para sí mismo –obligarte nunca− y ella contestó –no lo haces−, en ese momento se subió arriba de ella y le metió su pene sin pensarlo dos veces, ella levantaba sus nalgas como invitándolo y se estuvieron meciendo hasta que Ray explotó y se vació en ella, no era suficiente, bajó la cara y bebió de ella y la chupó hasta que la llevó a tener un orgasmo profundo y placentero; ella se quedó dormida y él se fue a su cuarto a vestirse.
Ray tenía mil preguntas en mente, sabrá que fui yo, estaría pensando en él, sentirá algo por mí; decidió ir a ver cómo había amanecido.
Al entrar ella dormía y seguía desnuda, prefirió retirarse antes de que ella lo viera, al dar la media vuelta ella le habló y dijo –estoy desnuda− si le dijo Ray, tenías fiebre y tuve que bañarte, ella no contestó sólo preguntó ¿me obligaste a hacer algo que no quería? −NO− contestó él, hicimos lo que quisiste, y ahora −dijo ella –hoy y siempre haremos lo que tú quieras.
Ella sonrió y dijo si tú estás listo yo también.
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