Denunciar relato
Tan solo han pasado diecisiete horas, y a pesar de que me gustaría estar el resto de mi vida tras estas sábanas de franela, he decidido correr de nuevo las persianas, quitarme el pijama, y volverme a colgar la mochila.
Mamá desde hace ya tiempo, me prepara desayunos con diamantes, donuts, tostadas, zumo y un pedazo de bizcocho de limón que tanto me gusta, y aunque se, que a veces llora y está triste por mí, intento disfrutar del desayuno con ella. No dejo de mirar mi Casio amarillo, y ya solo quedan veinte minutos para entrar en clase. Resuena el timbre, mi pulso se acelera, me tiemblas las manos, mi cabeza se refugia entre los hombros, ya presiento el vacío, murmullos y risas. Siempre están cocinando algo para mí, empujones, pintadas en el pupitre, notas que no abro, dibujos sobre mí, insultos con ingredientes racistas, por el simple hecho de no haber nacido aquí. A veces pienso, porque a mí, que a pesar de que mis libros se extravían, las notas no han dejado de subir. A quien le importa la marca de las deportivas que tenga, ni mi camiseta nueva, solo les importa las marcas que los pellizcos en mi cuerpo dejan, de decir que huelo mal, aunque no sea verdad, de llegar a odiar, cumpleaños, recreos, y jugar con los demás. A pesar de que me gusta el fútbol y se me da genial, nunca cuentan conmigo, solamente al final, aguardando al salir de clase para poder disfrutar, de violencia gratuita, su dosis diaria por necesidad. Mi única salida, y táctica que bien se me da, correr con toda mi alma, para poderme librar, utilizando diferentes rutas donde me paro a descansar en cualquier parque cercano a casa, y así poder respirar. Me trasmiten tanta calma, que por momentos puedo escuchar el silencio, sentir la humedad de mi camiseta empapada en sudor y el acelerado pulso de mi corazón. No pido nada más, tan solo sentir la frialdad de los bancos de hierro que me refrescan por detrás y observar el chorro de la fuente que me tranquiliza. Sé que mamá se preguntará porque tardo más de lo normal, y es, porque en uno de estos parques he conocido a un amigo de verdad, no tiene casa, a veces no recuerda ni su nombre ni su edad, pero a pesar de no tener nada, buen consejo me da, que no llore, que estudie mucho, que no deje de soñar, hacer lo que más me guste, que no deje de denunciar, mi injusticia y la de muchos para poderlo frenar. Que nadie vale más que nadie, ni por aspecto, raza o edad. Gracias hombre sin nombre y sin edad, por permitirme correr mis persianas un día más.Comentarios
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