Aldana era una niña que no lo tuvo todo, pero nunca le faltó nada. Hija de dos padres trabajadores de clase media. Solo podía disfrutarlos los fines de semana. El resto de la semana solo los veía a la mañana y a la noche. El resto del día la cuidaba su abuela.
Aldana era amiguera, tenía facilidad para hacer amigos y, durante la primaria, solía pasar tiempo con ellos. El último año de primaria, recibió la noticia de que sus padres se mudarían a otra ciudad. Esto le afectó, porque significaba dejar a sus amigos, su casa y las comodidades a las que estaba acostumbrada. Si bien, seguirían en contacto gracias a internet, no era lo mismo y la distancia desgastaba las relaciones. Además, tendría que empezar de cero en otra escuela, hacer nuevos amigos y lo peor de todo es que dejarían a su abuela en esa ciudad porque allí tenía su casa.
Sintió que el último año pasaba lentamente, se sentía nerviosa, ansiosa y estresada. Quizá su yo preadolescente empezó a despertar y priorizó sus amigos, su abuela y vivir el mundo que conocía, como si fuese a despedirse, una larga despedida.
Diana, su mejor amiga, le motivó a que tome el cambio como una gran oportunidad para todo y que no se resista para que no sea algo traumático, pero le costaba seguir su consejo y la relación con sus padres se enfrió un poco.
Ya instalada en su nuevo hogar empezó a encerrarse en su mundo. De ser una excelente alumna, sus calificaciones estaban en la media. Gran parte del día se la pasaba chateando con sus amigas y amigos o leyendo libros.
Aldana se llevó una gran sorpresa al darse cuenta que no encajaba en la nueva escuela. Esa facilidad que siempre tuvo de sociabilizar, había desaparecido y esto le preocupaba. Además, empezaba a tener curiosidad en los chicos, interés en salir de fiesta y esas cosas.
Gracias a un trabajo práctico conoció a Narela, una chica un poco nerviosa y distraída pero que tenían bastantes cosas en común. Narela les presentó a otras dos chicas y creyó que empezaba a tener esa facilidad para sociabilizar de nuevo. También descubrió las burlas de un grupito de chicas que la cargaban por ser un poco gordita y por la forma en la que vestía.
Aldana, nunca enfrentó ninguna situación en que deba enfrentar las críticas y la opinión de los demás, pero, sin darse cuenta esas opiniones, esas críticas y burlas empezaron a afectarle. Para vestir como esas chicas cambió su forma de vestir. Sus padres se sorprendieron un poco, porque era ropa de adolescente y ella con trece años, era una niña. Sin embargo le cumplieron algunos caprichos. Otro gusto que le cumplieron a su hija fue comprarle un teléfono celular y uno bastante caro. Aldana pensaba que esas cosas la iban a ser más aceptada.
No tardó en sentirse incomoda con esa ropa nueva, no se veía como las chicas de las revistas o como sus ídolos o como las chicas que le repetían lo fea que era o lo gorda que estaba. Aldana era objeto de burla y vio en esas chicas lo que no veía en sus inocentes amigas, libertad de descubrir el mundo.
Aldana se convirtió en una adolescente más preocupada por la moda y ser aceptada que por construir amistades fuertes y descubrir su verdadera personalidad.
Una vez, en un cumpleaños, las chicas que se burlaban de ella la encontraron en el baño y no desperdiciaron la ocasión para denigrarla, y se burlaron por su inocencia, su apariencia de chica buena. Aldana odiaba que la consideren una nena que se refugia en los brazos de sus padres y la desafiaron a probarlo, por lo que una de las chicas le ofreció cigarrillo, Aldana aceptó, dio unas caladas y tosió por el humo, las chicas se rieron y la dejaron sola, la acusaron con los animadores que fumaba en el baño y llamaron a los padres. Aldana sufrió gran humillación.
Las discusiones con los padres eran frecuentes y sentía que nadie le quería, nadie le entendía y creía que el mundo le presionaba para ser una mujer que usa maquillaje, ropa a la moda y debía ser delgada. Lamentablemente, empezó con trastornos alimenticios. Sus padres estaban preocupados por ellos, pero ignoraban el principio de anorexia.
Con el tiempo, Aldana mostró una mejoría y falsas apariencias frente a sus padres, ellos lo tomaron como buena señal y se despreocuparon, lo que si notaron, es la tendencia de su hija a refugiarse en internet. Allí mantenía conversaciones en un foro cuyos miembros hablaban del placer del dolor y cosas raras. Se provocaban incisiones o se flagelaban. Era un centro de convergencia con personas que la entendían, personas que igual que ella creían que el mundo era una mierda.
El tiempo trajo más dolor, desesperación por ser aceptada, problemas en la escuela, sus calificaciones bajaron y en su diario volaba todas esa negatividad que la apresaba en un círculo que se hacía cada vez más grande.
Cuando las presiones de la adolescencia se incrementaron, sus padres descubrieron la terrible verdad de su hija, no solo fumaba y ya no se molestaba en ocultarla, sino que, descubrieron que vomitaba lo que comía, eso explicaba la pérdida de peso que tenía. Sus padres se enfrentaron a un problema mayor de no saber cómo ayudar a su hija. Le pidieron que vaya al psicólogo, pro ella se negaba. Los intentos de conversación terminaban en gritos y discusiones.
Una tarde, después de la escuela, Aldana estaba caminando sola por la calle y una de las chicas que expresaba un odio irracional, la agredió físicamente, dejándole marcas, le golpeó contra el pavimento y se fue corriendo con otras chicas que fomentaron su accionar. Aldana, se levantó con el mentón ensangrentado y un fuerte dolor en la cabeza e hiso algo que hacia frecuentemente: llorar.
Como era costumbre llegó a su solitaria casa, soltó la mochila en el piso y se dirigió a su dormitorio, cerrándose la puerta tras ella.
La madre llegó a la casa un rato antes, debido a que salió temprano de trabajar y, como era su costumbre, entró llamando a su hija para saludarla y cumplir con sus labores de madre. Al obtener silencio como respuesta, golpeó la puerta del dormitorio de Aldana. Silencio. Al abrir la puerta, se encontró con un panorama terrible: su hija yacía en el suelo, cerca de la silla de su escritorio, desangrándose por cortarse las venas. Su madre intentó asistirla. Entre lágrimas, llanto y desesperación, llamó a emergencias, pero era tarde, Aldana, su hija, estaba muerta y junto a su cuerpo inerte, había una carta manchada de sangre. No se animó a leerla, esperó a su esposo a quien ya informó de la tragedia. Entre llanto y tristeza, leyeron la carta y había tres frases remarcadas:
“Perdón papa y mama por ser mal hija. Los quiero”
“Nadie me quiere, soy inmensamente infeliz”
“Perdónenme por hacer esto, ya no aguanto el dolor”
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