Leticia y Benita 11 (el anterior Leticia 11 está mal publicado)
Aquella desagradable mañana terminó por infundir en Benita un recelo sin freno que la hizo ponerse de un color amarillento oscuro, entre otras cosas porque en su mochila blanca de tela no había encontrado las pastillas “Quetiapina” las cuales la calmaba en diez minutos, con que tuvo que lidiar después de la media hora del bocadillo sin la medicación; en su cabeza se producían explosiones, un nerviosismo irrefrenable, el pecho era una fábrica de hierros, sentía unos fierrazos fortísimos. Era tal el descontrol emocional, que tuvo que infligirse dolor, esto lo hacía cuando se veía sin el medicamento, otra opción era gritar o chillar hasta sentir dolor en la garganta, pero la situación no era buena para gritar o chillar. Así que, agarró dos alfileres con las que se cose, una se la clavo en el dedo gordo del pie izquierdo entre la uña y la carne, y la segunda se la clavo en la parte alta del muslo izquierdo. Ella solía decir <<un clavo saca otro clavo>>. Aunque parezca una contradicción este dolor infligido la calmaba, es como si la mente dejara de recordar lo que acababa de suceder. A la media hora se sacó las agujas. Relativamente más calmada, pensó cínicamente que la acidez que había visto en los turbulentos ojos agonizantes de Joaquino nada tenía que ver con la maldad siniestra que Benita creía. De modo que, cuando dio por finalizada la jornada, lo tenía bastante claro, iba a pedir disculpas. Se acerco a paso liguero a la zona de los camiones donde cargan y descargan. Allí se encontraba el infeliz Joaquino con un diminuto mando a distancia cargando un golpe de cajas grandes de latas de conservas en un camión.
-Oye chaval, mira…quiero que…sepas que me arrepiento –Le costó arrancar a Benita- de algunas palabras que te he dicho, me disculpo por una parte de el vocabulario empleado en la discusión que hemos tenido. Eso no –Joaquino quiso interrumpir- ¡déjeme terminar, déjeme termina, hazme el favor, No me quiero sulfurar! Te decía que, porque yo me haya disculpado de algunas palabras inapropiadas empleada en la riña, eso no quiero decir que, lo que tú has hecho lo vaya a perdonar, en absoluto. Yo me disculpo por la parte que me toca –terminó Benita y dio un suspiro.
-Sabia que ibas a venir a comer de mi mano, so mocosa ¿qué te pensabas, que a la media hora iba a ir a comerte los pies, pidiéndote perdón? ¡pero mírala, adonde vas mocosa! tu eres igual que las demás, eres una enferma emocional, ya os tengo caladas a todas…
-¿Qué…perdón? ¡Pero qué dices, pergal!- Le cortó Benita estupefacta, sin querer ponerse nerviosa, mirando que tenía el pecho como agujereado, con fuertes dolores.
-¡Fuera de aquí, fuera de aquí! Lo que ha sucedido hoy ya lo he puesto en conocimiento de la encargada de personal en la oficina, ya te llamará y te dirá cuatro cositas bien dicha…ahora sal de mi vista y no vuelvas a mirarme a la cara- Sentenció el encargado con gran superioridad. Benita no se molesto ni en despedirse del soez, mal educado e inculto encargado.
Benita se dio cuenta de que el encargado era un capullo, que era un loco más en este bendito mundo. Lo que más le entristecía a ella era que utilizara el cargo superior de encargado, para sentirse superior a las demás personas que tenían un cargo menor en la empresa Enlatal. Esa falta de humildad hacía que Benita le entrara un calor por las entrañas en donde corrían los demonios sin freno. <<Es lo que hay>> decía ella cuando veía algo sin solución. Cuando salió fuera del almacén, todavía había muchas trabajadoras hablando y fumando. Benita, iba y venía al trabajo en una viejísima y oxidada bicicleta, la que le daba un avió buenísimo. Siempre la dejaba apoyada en una farola larga gris en frente del almacén Enlatal -Aquel día si no se hubiera levantado de la cama hubiera sido mejor-. Cuando acabó de hablar con el vulgar de cara colorada he hinchada del encargado, fue a buscar su vieja bicicleta para marcharse a su casa y tomar la medicación, porque tenía el pecho agarrotado. Cuando llegó a la farola, no estaba la bicicleta. Ella no se lo creía, pensó que le estaban gastando una broma ¿Quién se podía llevar una bicicleta con esas características? ¿Quién se podía llevar una bicicleta en un lugar tan recurrido como aquel? Tendría que ser muy miserable. Se sentó en un bordillo alto que había al lado de la farola <<coge aire, suelta aire>> se decía mientras se hacía un cigarrillo de liar Manitou. Allí sentada en el bordillo en frente de aquel almacén blanco con manchas negras de humedad largo y grande. La tarde estaba encapotada de nubes con un bochorno agobiante.
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