Alejandro lo ha vuelto a hacer

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Realmente, este del que os voy a hablar tampoco se quien es, cual es su ocupación en la vida, si es padre de familia o soltero empedernido, si tiene escáner multifunción y teléfono última generación o escribe con un lápiz y un papel mientras cuida de las cabras en la montaña como nuestro amado Miguel Hernández. No se si es un trozo de pan o malo de cojones. Podría ser un asesino en serie o Aníbal el caníbal. Podría ser la reencarnación de Vicente Ferrer o la de Emilio Botín.
Lo único de lo que estoy segura es de que se ha cruzado dos veces en mi vida, exactamente el mismo día y a la misma hora con un año de diferencia.
La primera vez fue en el desplazamiento ha mi trabajo. Esperaba el tren sentada cómodamente en esos espectaculares bancos que Renfe pone al servicio de sus usuarios. Intentaba leer mientras mis ojos y mi mente mantenían una lucha a muerte contra el sueño que se había empeñado en quedarse conmigo aquella mañana.
De repente, alguien se sentó a mi lado. Miré molesta, comprobando que, mientras el largo asiento permanecía vacío, el tipo, sí, era un tipo, se había colocado tan cerca de mi que casi nos rozábamos. Por instinto de veterana en el transporte público, comprobé que mi bolso estaba cerrado y a buen recaudo.
Volví a centrarme en la historia de la que intentaba, sin mucho éxito, quedarme atrapada, ya que mi improvisada pareja no paraba de moverse y suspirar, golpeándome el codo de la mano donde sujetaba el libro. A la tercera vez, le miré enfadada con la intención de llamarle la atención y me di cuenta de que, quizá hacía ya rato, me observaba como queriendo decirme algo.
- Hola, ¿qué tal?..
“¡No me jodas hombre. Te crees que yo tengo ganas de escuchar tonterías a estas horas de la mañana!”. Pensé mientras sonreía con educación, como me enseñó mi santa madre.
- Hola. Contesté.
Señalando mi libro con un gesto de la cabeza pregunto:
- ¿Interesante?.
- No está mal.
Y volví a centrar mi mirada en las páginas que tenia delante. Extinguida la minúscula conversación, apenas note que se levantaba.
Al momento, oí por megafonía que, con su puntualidad habitual, el tren haría su entrada en la estación con solo veinte minutos de retraso.
De golpe, chirriar de frenos, toque ensordecedor de sirena, gritos. Alguien había decidido acabar con su vida aquel día, a aquella hora, en aquella estación.
Nos desalojaron y, mientras esperábamos en la puerta al autobús que había de sustituir al tren que ya no podía circular, los servicios de emergencia sacaron al desgraciado en una camilla y tapado por una manta.
Al ver sus zapatos, reconocí al hombre que había estado sentado a mi lado unos minutos antes. Al mismo tiempo, oí una voz que decía “Alejandro García, de 30 años, según informa la policía".
Un año después, misma estación, misma hora, mismo banco, diferente libro, ¡no soy tan lenta!, mismo día.
Otra vez aquella sensación de proximidad excesiva en un banco vacío. Miro y allí estaba, Alejandro García, 30 años.
Me puse blanca. Abrí la boca para gritar y solo conseguí una bocanada de aire que no conseguía pasar por mi garganta cerrada.
El se dirigió a mi en el mismo tono de la vez anterior:
- Hola, ¿qué tal?..
Señalando mi libro con un gesto de la cabeza preguntó:
- ¿Interesante?.
Yo seguía mirándolo con la boca abierta y cara de espanto. De repente se levantó y se dirigió a la vía cuando el tren hacía su entrada en la estación.
Encontré mi voz y salí corriendo y gritando en pos de él mientras los otros usuarios me miraban como si me hubiera vuelto loca.
Otra vez chirriar de frenos, sirena y gritos.
Todos el mundo corrió al borde del andén, capitaneados por mi que les sacaba un cuerpo de distancia. Ya era tarde, sus piernas y sus pies, enfundados en los zapatos que tan bien recordaba, sobresalían por debajo del cuerpo de la maquina. Y entonces, oí una voz a mi espalda que decía:
- ¡Alejandro lo a vuelto ha hacer!.
Me compré un coche y nunca más volví a montar en tren.

 

 

 

 


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