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Adrián era muy fiel al amor femenino: tenía una sola novia y ni siquiera miraba a las demás mujeres. También era, Adrián, muy fiel al amor masculino: su novio, Antonio, podía estar seguro de que él no le prestaba atención a ningún otro hombre, por bonito y sensual que fuera.
Adrián tenía cincuenta años. Su bella novia, Sabina, de cuarenta y cinco, era una mujer muy sensual, que fue deseada por muchos; era una mujer alta, trigueña, de chispeantes ojos verdes y cabello castaño claro, cuyos demás rasgos no vamos a detallar porque ya los hemos resumido antes en dos calificativos: bella y sensual. Él la visitaba todos los sábados después del mediodía y algunas noches de la semana. Los sábados, después del saludo y algún café, salían a hacer programa; ya un cine, ya un concierto, ya de compras, ya un recorrido en automóvil por las afueras de la ciudad, ya tertulias con amigos comunes en lugares de encuentro. La visita, con mucha frecuencia no terminaba esa noche, sino que Adrián salía para su casa a las 10 u 11 de la mañana después de haber disfrutado exquisitamente con Sabina en su amplia y mullida cama.
Se conoció con Antonio hacía pocos meses por casualidad (si eso se puede decir, pues casi a todo el mundo lo encontramos por casualidad) en el apartamento de un amigo, donde se reunió una barra grande una tarde a mirar el partido de fútbol por TV. En donde Mario, edad cincuenta como Adri, o tal vez cincuenta y uno, se dieron cita con compañeros de trabajo, no todos tan curtidos; había varios cuarentones, Antonio de treinta y cinco y un amigo de este que no pasaba de treinta. La tertulia antes del partido estuvo muy animada, especialmente por las ocurrencias de Antonio y su amigo. Los gracejos de Antonio y su aspecto físico le estaban llamando mucho la atención a Adrián y casi no le quitaba los ojos de encima. Claro que ya tenía una semilla sembrada por Valentín, compañero de trabajo, que lo había invitado a la reunión y, al presentárselo a Adri le había agregado al oído “te lo recomiendo”. Claro que nuestro amigo no le prestó atención inicialmente, porque Valentín daba muchas señales de su gusto por los hombres, aunque nunca lo había declarado abiertamente.
Con Sabina, la relación era de varios años. Después de haber tenido muchas novias, con las que no terminaba de “conectar”, estableció, por fin, una relación muy firme con esta mujer que le presentaron en una fiesta. Esa misma noche, ella lo invitó a tomar el último trago en su apartamento y, aunque el encuentro no pasó de eso, de un trago, sí fue la base para intercambiar en un ratito muchos mensajes de esos que en el fondo significan “me gustas mucho”; se siguieron viendo, dos semanas después estaban enamorados y un mes después compartían esporádicamente la cama de ella, pues él vivía todavía en casita de mamá. El encuentro íntimo entre los dos era ardiente; gozaban de admirarse mutuamente sus cuerpos y hablarse morbosamente sobre cada una de sus partes; gozaban de unas caricias intensas que recorrían todos los rincones de su humanidad, de unos besos apasionados en mil formas y en mil lugares, y gozaban, hasta la locura, de aquello que le seguía.
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