Fantasia 1654134

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Una plaza comercial, como muchas; con tiendas de lentes, de computadoras, de ropa, de joyas, de lo que te imaginaras lo podías encontrar. A cierta hora de la tarde, un poco antes de que oscureciera, llegó un señor de alrededor de sesenta años, con una camisa de manga larga desabrochada de tres botones de los de arriba, llevaba zapatos cómodos, un reloj de oro en la muñeca derecha, lentes para ver colgados al cuello, y una cartera grande que cargaba en la mano izquierda junto con su celular. Caminó un poco hacia el interior de la plaza, y deteniéndose junto a la tienda de lentes de sol, empezó a echarles un vistazo a los modelos recientes. Estuvo observándolos durante un par de minutos desde afuera, y cuando al parecer se decidió por los que quería comprar entró a la tienda a hablar con el vendedor.

-Hola, buenas tardes joven – le dijo a uno de los empleados – quería preguntarte por el precio del modelo que tienes exhibido allá.

-Ese modelo – dijo el empleado – el que a usted le gustó, cuesta mil novecientos, señor.

-Muy bien. Muy bien, excelente precio, nada caro – le contestó el señor.

-¿se los lleva, señor? – le dijo el empleado, un poco ansioso porque hace mucho que no hacia una venta y el dinero de la comisión le caería de perlas.

-Mmm – exclamo el señor pensando y después dijo – no, no me los llevo, joven, pero sabe, necesito un favor, y si estás dispuesto a ganarte un dinero… he, ¿Qué dices?

-¿Un dinero? ¿un favor? bueno, pero antes explíqueme que tipo de favor necesita

-No – y estirando un poco ese no, dijo – te lo puedo decir aquí, pero, si no falta mucho para que salgas te espero en el área de comida y te explico lo que necesito. ¿Qué te parece?

-Bueno – le dijo el empleado – salgo en una hora, si usted me espera, yo lo veo en el área de la comida.

-Está bien – le dijo el señor, y después salió de la tienda y se dirigió a donde esperaría al empleado.

Fue a sentarse a una de las tantas mesas que había en el área de comida y se puso a esperar. Cuando llegó el empleado de los lentes y se sentó en la misma mesa, se miraron mutuamente durante unos segundos, sin decirse nada, luego, el señor le explicó su propuesta. El empleado se sorprendió por lo que le pedía. Pero al cabo de pensarlo durante unos minutos aceptó y juntos se fueron al auto del señor, que estaba en el estacionamiento.

Condujeron hasta la casa del señor. Era ya de noche.

Cuando llegaron pasaron por una primera puerta, luego condujeron por un camino de piedra unos doscientos metros, y llegaron a una fuente, donde se estaciono el señor y un mayordomo salió por la puerta de la casa que no estaba muy lejos, a recibirlos.

Bien venidos – dijo el mayordomo – mi señor y compañía.

-Baja le a tus formalidades pedro – le dijo el señor – por dios, mejor déjanos y ve a preparar unos tragos. Y avísale a mi esposa que ya estoy aquí.

-Claro señor – le contesto el mayordomo – ¿Está bien que le prepare lo de siempre? Si, si, claro pedro, como sea, pero prepara tres. – y dirigiendo se al empleado de la tienda, dijo – espero que te guste el Tom Collins.

Cuando entraron el empleado de la tienda se sorprendió del tamaño de la casa, del acabado y de los materiales de lujo con los que estaba construida. El señor lo condujo por los pasillos y lo guío hasta una sala donde había una televisión grande, unos sillones rojos y una chimenea que estaba impecable, como si nunca hubiera sido encendida. El señor se sentó en uno de los sillones e hizo sentar al empleado en otro frente a él. Empezaron a hablar de cualquier cosa y al poco rato los interrumpió el mayordomo para darles las bebidas. Las puso sobre la mesita que estaba en el centro de la habitación, encima de tres portavasos que había puesto primero. Les dijo que la señora bajaría en un momento y salió de la sala.

El señor y el empleado de la tienda, continuaron hablando, y bebiendo. Se terminaron los tragos, los hielos del tercer vaso se derretían y la esposa del señor aun no bajaba. El señor le grito a pedro y este se presentó en un santiamén y sin que el señor le diera alguna orden, se acercó y tomó los vasos de ambos y se retiró para preparar más bebida.

Continuaron bebiendo cuando de pronto por la puerta de la sala apareció una mujer bellísima, de alrededor de treinta y siete años, con una bata de dormir blanca y transparente. El empleado la miró, estaba dando un trago a su bebida y vio que debajo la señora no traía nada. Se acercó la esposa con un andar sensual, se sentó a las piernas de su marido, le dio un beso en la mejilla y el señor dijo

-Alma, querida esposa, te presento tu aperitivo de esta noche – y sonrió guiñándole un ojo al empleado de la tienda.

-Buenas noches, señor – le dijo muy cordialmente la esposa al empleado.

-Buenas noches, señora – le contesto, inclinando un poco la cabeza.

<< Bueno basta de formalidades, que no hay nada peor >> les dijo a ambos el señor, y le alcanzó a su esposa el trago que pedro le había preparado. La señora lo tomó y fue a sentarse muy junto al empleado. Lo abrazó y todos empezaron a platicar, y a reír, y a beber como si llevaran años de conocerse. Ya entrada la plática, la señora de la casa, empezó a besar en el cuello al empleado y en la oreja y le tomaba una mano y lo hacía acariciarla. Cuando el señor notó que su mujer empezaba a quitarse la bata, se los llevó a ambos a la recamara.

Bueno – le dijo al empleado el señor, ya estando todos en la recamara – ahora te toca cumplir con lo prometido. Después veras el dinero y te podrás ir.

El empleado lo miró y miró a la esposa del señor desnuda ya sobre la cama, retorciéndose de la excitación mientras se acariciaba sola. El señor tomó asiento en una silla para observarlos. El empleado se desnudó y fue a la cama junto a la señora y empezaron a acariciarse mutuamente. Al principio como que luchaban, luego como que forcejeaban, luego veía el señor como penetraban a su esposa, y todo empezó a mejorar a partir de ahí para los tres. El señor miraba y los otros cogían. Cuando terminaron, el señor se levantó de la silla, y sacó de la bolsa de su pantalón el dinero que le había prometido al empleado y se lo entregó.

Cuando el empleado se iba el sol empezaba a salir. Y cuando llegó a su casa, al mirarse al espejo se dio cuenta que había envejecido cincuenta años en una noche.


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