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Vivíamos en una provincia llamada Shanxi, ubicada en la parte central del valle del Río Amarillo,al oeste se alzaban majestuosas las Montañas Taihang, cuando caía la tarde, después de concluir con mis labores, caminaba hasta el borde del gran acantilado, donde se podía ver la línea azul que dividía el mar y el cielo ahí estaban las inmensas montañas como dos impugnables fortalezas que permanecían inmutables ante el paso del tiempo, los caprichos de la naturaleza y la incuestionable vulnerabilidad humana, las respetaba, reverenciaba como a un antepasado glorioso, con un fervor profundo que a veces se convertía en una muda e insondable nostalgia.
Mi abuela y yo, quedamos solas, mis hermanos fueron reclutados por el ejército, mi padre murió en manos de unos bandoleros que asaltaron nuestra granja en busca de alimentos y cosas que pudieran servirles para sobrevivir en las montañas, mientras el ejército rojo avanzaba sobre pueblos, ciudades arrasando con todo.
Mi madre había muerto al traerme al mundo, mi único recuerdo de ella, fueron las historias que me contaba mi abuela, de cómo se desposó con mi padre, transportada en una silla, hasta la casa del novio, , mi padre, era una joven muy bella y valiente aceptó su destino, en esa época nadie cuestionaba los arreglos familiares para unir a las familias con lazos indisolubles de casta, matrimonio y generaciones que continuaban con las tradiciones ancestrales.
La única posesión de mi abuela era una parcela de tierra donde cultivábamos plantas destinadas a cubrir la gran demanda de medicamentos naturales, que ayudaban a paliar en gran medida, los dolores del cuerpo y el alma. A pesar del peso de los años, de una vida de sacrificios y pérdidas mi abuela conservaba incólume su dignidad de matriarca de la familia, una familia que ya no existía más que en su senil mundo de vivos y muertos.
Despertábamos con los primeros rayos de sol y recorríamos el estrecho sendero hasta la pequeña chacra donde mi abuela con mucho esmero, sembraba semillas y cuidaba sus almacigos de las más variadas especies que curaban desde un simple resfriado, hasta enfermedades más graves como asma, tuberculosis, malaria, infertilidad, depresión, hasta locura.
Este conocimiento de las plantas, raíces y unguentos se había propagado de generación en generación, creando un conocimiento profundo del cuerpo y alma humana, ella, se sentía muy orgullosa de transmitir a su nieta, los conocimientos de la medicina tradicional china.
Mi nombre es Mei Ling, quiere decir "Destellos de piezas de Jade", así que todo unido es, "Hermoso destellos de piezas de jade". Estoy, muy orgullosa de mi nombre, en la tradición china, el nombre de una persona se identifica con las cualidades más profundas y puede significar la vida o la muerte, la luz o la oscuridad.
Un día volvía de los campos de arroz, donde había estado trabajando con los vecinos, hacíamos trabajo comunitario, para abastecernos en los tiempos de hambruna, era un trabajo arduo, pesado pero, completamente imprescindible ya que de él dependía nuestra sobrevivencia en el crudo invierno, cuando los campos se llenaban de fango, y caían tórridas lluvias que después se convertían en interminables heladas, en el invierno todos compartíamos los frutos de las cosechas, racionando en extremo todo lo obtenido para que todas las familias pudieran subsistir hasta la próxima época cuando cesaban los vientos huracanados, se secaban los campos, y finalmente eran aptos para una nueva siembra.
Llegué a la pequeña cabaña que compartía con mi abuela y encontré a los vecinos con rostros consternados, intentando que mi abuela probara un poco de sopa de pescado para poder tener un poco de fuerzas, ví con horror su rostro macilento y marchito, me miró con ojos vacíos como si su alma ya hubiera abandonado su frágil cuerpo, esperé que todos se hubieran marchado y me acerqué al rincón donde estaba acostada en un jergón, la luz de la vela que permanecía vascilante ante su moribundo semblante proyectó mi sombra y entendí en ese preciso instante que estaba a punto de quedarme absolutámente sola en el mundo, un nudo de angustia y miedo se instaló en mi garganta sin dejar pasar el aire, me incliné y besé su helada frente, me sonrió como a través de una niebla que no lograba disipar, no olvides susurró con un hilo de voz apenas audible, no olvides todo lo que te he enseñado, debes ser valiente, luchar porque estarás sola me dijo, le hice señas para que callara, no quería admitir que la vida se escapaba de su delgado y deteriorado pecho, le tomé la mano y le dije, prometo ser la mujer más fuerte, como tú me has enseñado, ella asintió con un gesto debil y simplemente dejó de respirar, sentí como su espíritu abandonaba su cuerpo y una gran paz, llenó el pobre y estrecho ambiente, lloré mientras la limpiaba con agua tibia perfumada con pétalos de rosas blancas, después peiné sus blancos cabellos, le coloqué sus medias de lana, pues, siempre tenía los pies helados, me limpié las lagrimas, lavé mi cara y prometí nunca más mostrar debilidad, no iba ha llorar nunca más.
Después que enterramos su cuerpo, al volver del campo santo, la vecina que era algo más jóven que mi abuela, se empeñó a ir conmigo a la cabaña y hacer un poco de té para que me sintiera menos sola, estuve a punto de decirle que no deseaba la compañia de nadie, pero, me habían enseñado a ser cortés y amable con los mayores, así que juntas entramos a la cabaña, encendí el fogón y tomamos té, entonces, aclarándose la garganta me dijo y bien, Mei Ling, vamos ha tener que pensar en tu futuro, la miré con ansiedad, porque no sabía que esperar de esa mujer un tanto aviesa y codiciosa que pretendía ser amiga de mi abuela, pero que jamás me había engañado sabía que algo se traía entre manos, y ese plan tenía la certeza que tenía que ver conmigo.
Esperé en silencio que siguiera el hilo de sus pensamientos y, en efecto comenzó a adularme, ha decir, que yo era la muchacha más bella y talentosa de la aldea, por lo tanto se veía en la obligación de velar por mi bienestar y mi futuro, no es necesario contesté, voy a dirigirme a la ciudad y buscaré un trabajo en el oficio que mi abuela me enseñó, pondré un puesto en algún comercio para poder vender las hierbas curativas y así ganaré mi sustento, razoné más para mí misma que por dar una explicación satisfactoría a quien se consideraba dueña de mi futuro, de mi destino.
No,eso no lo voy a permitir chilló con una voz aguda y desagradable, la interrogué con la mirada no estaba dispuesta a que esa mujer decidiera sobre mi vida, el ambiente se volvió tenso y para distraer su atención le ofrecí otra taza de té, ella negó con la cabeza y dijo de modo resuelto, mañana irás con mi esposo y mi hijo mayor, hacía la casa grande que hay en la ciudad, allá podrás aprender ha servir el té a todos los grandes señores que van ha jugar a las cartas y a fumar, eso no es lo que quiero para mí agregué de manera terminante, ella, hizo caso omiso a mi reflexión, se levantó dando por terminada la visita y agregó mañana al alba, debes estar lista,vendrán por tí, dicho esto salió de la cabaña sin siquiera mirarme, quedé tan irritada como sorprendida, quién se creía esta mujer para ordenarme ha ser una especie de esclava en la casa de té, estaba segura, que el dueño le había ofrecido una gran recompensa por reclutar jóvenes que pudieran desempeñar tales oficios, eso no iba ha suceder conmigo, antes, muerta que permitir que todos esos hombres que fumaban opio y tomaban sake hasta embrutecer, pusieran sus sucias manos sobre mí, agarré mis escasas pertenencias, me senté un momento a la salida de la choza, esperé que todos estuvieran dormidos y evadiendo el camino principal que llevaba al pueblo, bordee la montaña, hasta llegar a la proxíma aldea, donde no me conocían, tenía un raído pañuelo de seda donde guardaba un par de pendientes de perlas cultivadas que habían pertenecido a mi madre y con ellas me dirigí resueltamente a la casa donde me indicaron que vivía un hombre que llevaba en una carreta enseres y baratijas hacía la ciudad.
Llegué a la entrada de su vivienda, temblando de frío, miedo y ansiedad eran aproximádamente las 2;00 de la mañana, pensé que quien abriera la puerta o biombo que me separaba de la entrada me iba a echar a los perros,apareció una anciana de semblante apacible, con un candelabro la luz de la vela mostraba parcialmente sus facciones, quién eres murmuró en un diálecto que apenas conocía, le dije vengo a buscar al hombre que viaja, sonrió con dulxura, ven, entra me dijo, conduciéndome a una estancia casi vacía donde había una lumbre que caldeaba un poco el ambiente, acercáte hija murmuró y se alejó con penosos y lentos movimientos me aproximé al fuego, calenté mis helados dedos, y algo así como una ráfaga de bienestar y cansancio invadió mi adolorido cuerpo, tuve la sensación de haber caminado por años, en esa espesa neblina que poblaba el bosque de sombras, de murmullos que me helaban la sangre, estaba sumergida en esa especie de sopor, cuando apareció un hombre menudo y lleno de contundentes huesos y amplia sonrisa, eaaaa, estás aqui manifestó con voz jovial y alegre, lo miré con ojos desorbitados, pensando que se había confundido de persona, al instante reconoció mi turbación y dijo, sé quién eres, la nieta de la anciana curandera, esa gran mujer a la que tanto debo, quedé en silencio, no era posible que concociera a mi abuela, él como siguiendo el hilo de mis pensamientos dijo, tu abuela salvó de la muerte a uno de mis hijos, por lo que voy a vivir eternamente agradecido a esa venerable anciana.
Sin poder articular respuesta alargué el pañuelo con los pendientes el se adelantó al gestó tomó el pañuelo y lo devolvió con un gesto no dramático, sino alegre, no, no me dijo no necesitas deshacerte de tu tesoro, voy a llevarte donde precises, mi deuda es mucho más grande que un simple viaje, quedé atónita, tuve que sentarme porque sentía que las fuerzas me abandonaban, ven me dijo sosteniéndo mi brazo, vamos ha que tomes algo caliente estás helada como la nieve, me llevó a una estancia más pequeña y baja donde había un fogón prendido, hirvió en un jarro leche de cabra, tomo unas galletas de jengibre y tomé ese brebaje que sabia a gloria, come dijo, riendo eres una niña muy linda, todo va ha estar bien, ya verás. Trajó unas mantas, me arropé junto al fuego y dormí profundamente con un sueño dulce y tibio donde deambulaba toda mi familia, como un desfile de muertos y vivos para recordarme que sí tenía una familia que todos ellos, velaban por mí.
A la mañana siguiente partimos hacía la gran ciudad pero, era como si todo hubiera sido tocado por un halo mágico de bienestar, de alegría esa gran familia, me acogió sin preguntas, me llenaron de elogios y cariño, yo permanecía callada, agradeciendo cada minuto de ese cambio tan benéfico en mi vida, iba a mudarme a un lugar extraño, pero, había una promesa implícita que todo iba ha estar bien, que mi destino estaba marcado, pensé en el viaje, que mi destino era más grande que mi desgracia, me sentí poderosa, podía ser la versión de mi misma que escogiera ser.
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