Había luna llena y pensé que quizás, si Elena quería, podíamos dar una vuelta en moto y llegar hasta el recinto de la romería. O ir al cine del centro comercial. Pero cuando la llamé por teléfono, serian eso de las ocho menos veinte, me dijo que tenía que pedirle permiso a su padre. Luego volvió diciendo que su padre había dicho que no, porque hacía dos o tres noches había llegado muy tarde. Elena me propuso que fuera a ver la televisión con ellos. He pasado mucho rato en casa de los Mendoza viendo la televisión. Elena es la única chica con la que he salido. La conozco de toda la vida: fuimos juntos a la escuela desde el primer curso. Siempre ha sido muy escultural y popular ¡lo recuerdo! Una inmensa persona aun cuando era una niña pequeña. Quiero decir que nos daba a todos la impresión de seguridad interior: cuando estabas con ella te sentías una persona entera, digna. La primera vez que salimos juntos fue el año antes de comenzar el instituto. Casi todos los chicos de la clase y también los demás chicos del instituto la querían llevar a la bolera, donde ponían música y allí así poder bailar con ella. Quedé muy sorprendido, y a la vez muy alegre y lleno de orgullo, cuando iría conmigo. Los dos teníamos entonces doce o trece años. Mi tía me prestó la moto y la llevé a la bolera a bailar, donde estábamos todos los mocosos. Cuanto mejor la conocía, sorprendentemente más me gustaba y sorprendentemente lo mismo con su familia…no hay una familia igual, al menos por aquí, en mi opinión. El señor Fernando Mendoza puede que fuera algo estricto en algunos aspectos, en la educación y eso, pero nunca trataba de dar la sensación de que era él quien tenía razón y los demás quienes estaban equivocados. Yo vivía a dos kilómetros de la casona de los Mendoza. Yo siempre iba y venía a pie. Más tarde junté un poco de dinero, trabajando de redero todas las tardes en el puerto, así que pude comprarme un coche “Renault Clio”.
Fui en coche a casa de los Mendozas y llegué allí un poco después de las ocho. No vi ni un alma por la carretera, ni tampoco en el camino que lleva a la casa, ni si quiera en los campos que hay allá fuera cerca de la casona de los Mendozas. Solo a Karim “el perro” que me ladro. Las luces de la parte de debajo de la casona, estaban encendidas, en el salón y en el despacho. La parte de arriba estaba oscuro y supuse que la señora Mendoza, si estaba en casa, estaría durmiendo. No se sabía nunca si estaba o no y yo nunca lo preguntaba. Luego me di cuenta que había supuesto bien porque, más tarde, Arón quería practicar con su guitarra en su habitación, arriba, que era el instrumento que tocaba en la banda del colegio y Elena dijo que no, porque podía despertar a la señora Mendoza. De manera que, cuando llegué habían acabado de cenar, Arón tenía ya los platos puestos en el lavavajillas. Luego pasaron al amplio salón, donde se encontraba: Elena, Arón, Fernando el padre de éstos y yo. Nos acomodamos como cualquier otra noche: Elena y yo en un sofá de dos unidades azul, el señor Mendoza en un sillón marrón oscuro reclinable y Arón en un tresillo antiguo. El señor Mendoza no miraba mucho la televisión porque estaba leyendo un libro de Arón “Barrotes De Bambú” de Jan Terlouw. Se levantó y fue a la cocina y volvió con un melón cortado en piquetes en un bol de cristal. Me ofreció acercándome el bol, pero yo no quise y él se lo comió todo, faltó muy poco para comerse también el recipiente. La cara del señor tenía lustre y decía que era por la fruta. Elena llevaba calcetines blancos de algodón largos hasta las rodillas, unas chanclas cómodas y un vestido de licra azul, también holgado y cómodo, quiero recordar. Llevaba una pulsera de cadenilla de plata que yo le regale cuando cumplió años. Con su nombre en un lado y el mío en el otro (como diciendo esto te lo he regalado yo ¡Eh! Una estupidez, pensándolo bien ahora) también un anillo, una cosita así de fina de plata que se lo compró hace un verano cuando estuvimos en la playa paseando por el paseo marítimo, en un puesto ambulante. <<No era mi anillo, nuestro anillo>> decía ella.
Hace un par de semana se enfadó conmigo y me dijo que dejaría de llevar nuestro anillo por un tiempo, me dijo, de golpe y porrazo. Cuando la chica con la que sales hace eso, algo quiere decir, algo le ha molestado. Discutir, claro que teníamos discusiones. Todas las parejas formales, discuten, creo. Lo que ocurrió fue que yo estaba en el cumpleaños de un amigo y durante una charla tomé una cerveza, luego otra. Finalmente, me bebí una caja de botellines de cervezas y resulta que Elena se enteró. Yo ebrio, dije cosas como: <<Los hermanos son todos como Tarántulas venenosas, malas ponzoña que están esperando poder darte con la puerta en las narices>> <<Drogándome al sol, siempre tumbado como una lagartija a la hora de la siesta ¡voy a decirle a usted una cosa! Creo firmemente que, los árboles y las flores son como los pájaros o las personas>> <<Siempre exageradamente amargado y deprimido, sabiendo que ella bebía y andaba de juerga y vivía con un jovenzuelo. Soy muy quisquilloso y se me ofende muy ligero>> <<No te preocupes, morirse es mucho más fácil de lo que uno cree -¿Cómo está, amigo? –Dijo- -Aquí- -Contestó- -Esperando que pase mí entierro. ¡Dale! ¡Dale! Apártense, que la vida es corta: así son todos ¡Locos de nacimientos!
Un chismoso fue y le dijo que yo estaba borracho perdido. Elena estuvo con la boca de piñón y no me saludo durante una semana. Una vez me dijo: <<Es cosa tuya, por lo que yo personalmente sé, que has vivido tu vida tal cual cómo has querido, sin preocuparte de las circunstancias ni de las personas que te quieren, y puedes hacer sufrir…tanto si te das cuenta como si no>>. Pero últimamente nos habíamos entendido tan bien como siempre y creo que estaba casi a punto de volver a colocarse nuestro anillo como antes. La importancia del anillo.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales