Parecía que el invierno no se quería ir del convento y no daba opciones para dar una vuelta con mi hija, estábamos en pleno mes de mayo, a un mes vista del comienzo del verano y el frio calaba en mis debilitados huesos. A pesar de los inconvenientes meteorológicos, mi hija que hoy tenía fiesta, vino temprano, me puso el abrigo y la manta gris, y nos fuimos a tomar “el rayo de sol” que salía por entre las nubes grises que venían de ese cantábrico embravecido. Si os digo la verdad, yo no estaba mucho por la labor, pero para una mañana que mi hija tenía libre no le iba a decir que no… A pesar de ir enfundada hasta el cuello, el frio traspasaba mis débiles fronteras. Eso sí, vi las primeras flores de este año que aunque eran pobres en cantidad, lucían en colorido, al menos me lo pareció. Me emocioné. Si, ya sé no debo hacerlo. Soy así. Le hacía sufrir a mi hija y casi no me entendía lo que quería decirle.
Pero no podía evitarlo. Salir con ella de paseo era vida para mí. Lo necesitaba, tenía sed de aire puro, de un poco de libertad. Lloré de felicidad. Espero que mi hija lo entienda, porque no sé si se lo podré expresar con palabras. Le abracé.
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