Allí estaba en el bar postrado. Casi ausente. Su cara no reflejaba ni los más mínimos retazos de vida. Su mirada estaba perdida. El ajetreo del bar marcaba un claro contraste con su ser. Llevaba días que no podía dormir y las consecuencias ya se estaban dejando ver.
Luis permaneció durante horas impertérrito. A la vista de la mayoría era un muerto viviente; un alma en pena. No por sus constantes llantos o por sus quejas, sino por su mera presencia. Apoyado en la esquina de la barra sin hacer el más mínimo intento de permanecer erguido, indicó al camarero que le sirviera otra copa. Era su consuelo. Necesitaba beber para olvidar.
En esos instantes, sucedió algo inusual en su vida. Normalmente, acudía al garito cada día y nadie le hacía caso, era lo que realmente valoraba de aquel lúgubre y mugriento antro, pero ese día algo cambió. Sin previo aviso, alguien rozó su hombro derecho. Luis se giró y allí estaba ella. Era una chica de aproximadamente veinte años, su pelo era moreno y rizado, sus curvas eran exuberantes y su sonrisa era inocente, al igual que sus ojos. Era una belleza y Luis no entendía el motivo de que le hubiese tocado. Tras el breve contacto visual, la chica le dijo:
-Oiga, perdone que me meta en los asuntos que no me llaman, pero: ¿por qué está tan triste?
Luis la volvió a mirar y echó mano de su cartera por si le intentaba robar. Había visto en bastantes ocasiones cómo normalmente utilizan esa técnica para hacerse con el dinero de su presa. Acto seguido, desvió la mirada al suelo y pensó por unos segundos <<¿Debería sincerarme con aquella desconocida o bastaría con decirle una mentira para salir del paso?>> Luis resopló fuertemente con la mirada perdida y dijo:
-Asuntos familiares. Ya sabes.
-No, no sé. Tengo la impresión de que estás tramando algo y eso me preocupa-continuó la chica.
-Mira, no sé lo que pretendes, pero no me vas a sacar ni un euro. Soy un perro viejo con este tipo de triquiñuelas.
La chica achinó los ojos y apretó sus mandíbulas. Parecía que el diablo le había poseído. Abruptamente, se acercó aún más a Luis y, de repente, le soltó un guantazo que resonó hasta en el último rincón del bar. La gente se giró inmediatamente para saber qué estaba pasando. Luis se quedó perplejo y pensó << ¿Realmente está pasando lo que creía que estaba pasando o era una de esas pesadillas recurrentes que tan reales me parecen?>> Mirándola con una mezcla entre furia y desdén, Luis le dijo:
-Que sea la última vez que haces eso, niñata. Vienes aquí, me interrogas como el puñetero FBI y me sueltas un sopapo, sin tan ni siquiera saber tu nombre. ¿Tú quién te has creído que eres, eh?
-Luis, soy tu hija.
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