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Un buen día, Antonio le mostró mucho interés en ver cómo era su novia. “Cómo que compartimos todo y no me compartes tan siquiera una imagen de ella. Me interesa todo lo que amas”. Adrián quedó desbalanceado; ¿cómo era posible eso? ¿por que? querría este muchacho conocer a su “rival”? ¿por que? no la odiaba y trataba de evitarla? Varias veces más le insistió, hasta que él le dijo donde los podría observar juntos desde la distancia; la iba a llevar a un popular centro comercial el sábado por la tarde; “pero de lejos, ¿eh? y no se te ocurra intervenir; además, si te dan celos, no me vengas con tonterías, manejatelos tu solo”. El otro aceptó encantado y no disimuló su regocijo. Los estuvo siguiendo por un rato; los vio fascinados escogiendo artículos en uno de los locales; los percibió muy entusiasmados al calor de una bebida; los adivinó escondiendo algún extraño secreto; pero pudo percibir en ella a una mujer dominante y en él a un hombre sumiso y algo inaudito se le despertó al muchacho respecto a esa mujer, quedó encantado con ella, quedó con ganas de conocerla personalmente.
El domingo, sin dar más espera, le pidió a Adrián que lo presentara con su novia; “me puedes presentar simplemente como un amigo; no tiene nada de raro presentar un amigo o una amiga a la novia, por ejemplo en un encuentro casual en algún sitio” y le sugirió inventar ese encuentro, para tener la oportunidad de conocer un poco más de su interesante compañera. Adri se mostró sorprendido y prometió encontrar el momento. Después de esto, quedó ansiando morbosamente ese encuentro de los tres, sin explicarse por qué. Se le convirtió en una obsesión; buscaba en su cabeza unos buenos escenarios para esa representación, pues concebía muy teatralmente el asunto; pensó en un cine, en un juego de bolos, en un parquecito al anochecer... Y todo reventó de la manera más inimaginable: el jueves por la noche, en un momento de mucha ternura y caricias con Sabina, le disparó: “¿qué reacción tendrías si te vinieran a contar que estoy saliendo mucho con un novio?”; “me sentiría muy defraudada de que no me lo contaras tu mismo”; “¿cómo es posible? – si te lo cuento ¿me lo aceptas?”; “pues ya te lo estoy aceptando, no obstante que me sorprendes con ello; el par de preguntas que me acabas de hacer no son interrogantes, son un informe”. Él se quedó frío. Los dos se quedaron completamente callados un buen rato, mirando hacia el vacío. Ella rompió el hielo: “Me pica la gana de conocerlo, me produce un morbito de sabor dulzón”; “¿lo dices en serio? ¿no me desprecias por serte infiel?” dijo él, más para pedirle una confirmación que un cambio de opinión. “¿Despreciarte por que?? Siento que tu me amas profundamente”. “Pero el amor no se reparte”, dijo él y de inmediato se arrepintió de haberle dado, tal vez, un arma para atacarlo, pero la respuesta fue: “Yo se que el inmenso amor que pones en mí lo pones también en él y no estás repartiendo, sino duplicando”.
Se llegó el día de encontrarse en un restaurante, según planeó Adrián. Llegó antes él con Sabina, pidieron cerveza y a poco arribó Antonio. Adri lo saludó de mano y dijo a Sabi: “Te presento a mi novio”. Este trastabillo?, se sonrojó y solo pudo decir “qué charlita tan pesada”. Ella lo sacó de su apuro con un “Don’t worry, Tony, ¡be happy! Ya conozco todo el rollo”. Él dijo “voy a pedir cerveza, como ustedes, para recuperar frescura”. “Siéntate pues y contémonos muchas cosas”. En verdad, no tocaron ningún tema íntimo en toda la velada; hablaron de lo que hablan amigos comunes y corrientes, muy animadamente y, al despedirse, Sabina le estampó a su nuevo conocido un apasionado beso en los labios que dejó groggy a Adrián. Cada uno de los tres meditó largo rato por la noche en su cama sobre el quizá peligroso rumbo que tomaban las cosas, pero finalmente cada cual se sintió privilegiado al tener a los otros dos.
(Continúa)
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