Etznab Y la Bella Música.

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Aquel hombre que había pasado años sin encontrar el amor, ahora veía como su interior se transformaba, no lograba entender como el conocer a alguien podría cambiar tanto la forma de percibir la realidad.

La había visto en una plaza comercial, cierto es que la conocía desde hace años y que había entablado una pequeña amistad con ella, pero sin llegar a ser tan profunda. En su mente tenia imágenes grabadas junto aquella hermosa mujer: platicando en las jardineras de la universidad, verla pasar a lo lejos, saludándola de vez en cuando.

Eran algunas imágenes que guardaba. Recordaba también que el rostro de aquella bella mujer: sus ojos marrones infinitos, su voz menguante, su andar, el delicado diseño de su cuerpo, era en tal grado la atracción que su alma realmente sufría convulsiones.

Aquel encuentro había sido inesperado, era una tarde en que todo corría de prisa, incluso él. No es que Etznab tuviera gusto por las plazas abarrotadas de gente, más bien utilizaba los sanitarios y después se retiraba.

Como de costumbre entro por la puerta del estacionamiento y al girar en el primer pasillo rumbo a los sanitarios, se encontró con aquella mirada que durante mucho tiempo perdió de vista. Sus ojos y la franca sonrisa vieron hacia él, un hálito suave acarició sus mejillas.

Tomó asiento a lado de aquella hermosa mujer, y entablaron conversación, hablaron durante un tiempo corto, intercambiaron teléfonos, los últimos acontecimientos del día y rememoraron tiempos lejanos, que ahora volvían acercarse.

 Se dieron un beso en la mejilla y se quedaron viendo fijamente como si algo estuviera a punto de suceder, se fueron alejando, tomaron caminos diferentes. Al llegar a su casa Etznab repasaba aquel encuentro una y otra vez. Tomaba su ordenador para checar los Emails del día y en su mente navegaba aquella sirena de ojos profundos.

Al irse a dormir y apagar la luz se quedo con la imagen de Kriss y la guardó para el sueño. Pasaron varios días sin saber nada de ella. Hasta que el teléfono hizo llegar lo inesperado, el viento había jugado su labor. Quedaron de verse para comer ese mismo día, al encontrarse se abrazaron y caminaron al restaurant acordado.

Se sentaron a la mesa sin dejarse de ver a los ojos, charlaron y comieron por un largo tiempo, a momentos ella se reía sin parar; las payasadas de Etznab llegaban a su alma, todos observaban la energía que proyectaban aquella pareja de jóvenes.

Salieron del restaurant y caminaron un buen trecho antes de que se despidieran, no cabe duda que del antiguo y solitario Etznab no quedaba nada más, ahora su música tendría otro sentido, ahora su música seria para ella y solo para ella. Todo a su alrededor se transformaba, todo cambiaba.


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