Urgente, al taller

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El frío que recorrió mi espalda subió de los pies a la cabeza. No había llegado a casa preparado para esa noticia, ni para ninguna otra de esa índole, así que fue como un golpe en la frente. Los segundos iniciales fueron de incredulidad. Los siguientes de negación y temor. Lorena, mi esposa, en silencio sostenía el diario mostrándome la página. No era la primera vez que leía un llamado así, pero nunca había afectado a algo mío. Cuando salí de ese estado catatónico fue cuando decidí tomar la situación con la seriedad necesaria y emprender la marcha. Con las llaves del auto en la mano me despedí de Lorena y salí. No era lejos el lugar adonde debía acudir y, por lo que decía el diario, el trámite no tardaría más que una hora. En cuanto me puse en marcha me asaltaron los temores. Me pedían ir sin demora al taller autorizado, para un reemplazo de partes defectuosas. Es decir, lo que tanto esfuerzo y sacrificio había costado estaba fallado. ¿Y si era algo grave, una parte esencial o imprescindible? No debía ser tan grave. Si lo fuese, no me dejarían llegar manejando sino que lo reemplazarían ellos a domicilio, para no arriesgarse a juicios por accidentes y demás imprevistos. Y serían imprevistos si no lo supiese nadie, pero ahora que estamos en sobreaviso, sería temerario e imprudente hacernos ir sabiendo que a mitad de camino algo puede romperse. No, debía ser algo sencillo y su ética empresarial los hacía tener esta actitud de buena gente comprometida con sus clientes. Seguro era eso. Pero, por otro lado, había costado mucho dinero, y me lo vendieron como “última generación” y resultó que tenía partes defectuosas, lo cual los aleja de su lugar de empresarios éticos para acercarlos a la categoría de mercaderes sinvergüenzas.Al llegar al taller fui el primero en acudir, o al menos eso pensé. Estacioné donde me indicaron y me acerqué a la ventanilla de entrada. Me pidieron mi información personal de compra, uso y frecuencia de mantenimiento, corroboraron la base de datos y me hicieron pasar a una oficina. Era cierto: la reparación y reemplazo no duró más de una hora. Es más: fueron exactos cincuenta minutos. Y debo decir que, a pesar de mis dudas, el trámite fue exitoso. Desde que bajé de la camilla respiro mucho mejor y el nuevo juego de rodillas-tobillos-pies que me han colocado me hacen sentirme mucho más liviano al caminar.


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