¿Dos amores? (5)

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El martes, Sabina llamó a Antonio; había buscado su número subrepticiamente en el teléfono de Adrián ese fin de semana.  Antonio se extrañó, pero eso le gustó.  La mujer comenzó con rodeos: le preguntó cosas de su vida de las que no había comentado en el encuentro; lo reporteó mucho sobre el trabajo; le habló hasta del clima y por fin se decidió a invitarlo a un encuentro a solas; “es que quiero que hablemos de nuestro amado”.  Él le arrebató las palabras de la boca y le propuso que viniera a su apartamento, pero a ella le pareció que sería mejor en terreno neutral.  La verdad es que ella había quedado fascinada con Antonio (de ahí el beso de despedida), y ahora estaba loca por volver a verlo; “solo volver a verlo”, se decía.  Se encontraron una noche en un cafecito poco conocido y conversaron hasta la madrugada, sin tener que romper ningún hielo, pues se había generado mucha empatía entre ellos.  Total, quedaron en volver a encontrarse, porque “tenemos mucho en común”.

Pasaron dos fines de semana en los que las actividades usuales de las parejas Adri-Sabi y Adri-Toni no se alteraron en lo más mínimo.  Antonio recordaba con cierta dulzura a Sabina, pero pensaba que ya no se verían más.  Equivocado, querido: Sabina estaba preparando un encuentro para el día que Adrián tenía un viaje, que era un sábado.  No bien salió este, llamó a Antonio a convidarlo a su apartamento por la noche; el muchacho se sorprendió, mas no se le pasó por la cabeza rechazar la invitación; allí se le presentó esa noche, ella le tenía un buen trago, alguna comida y música de la que el le confesó que le gustaba.  Empezaron a conversar tan animadamente como antes, como dos muy buenos amigos, pero no demoraron en empezar a mirarse apasionadamente; Sabina arriesgó la iniciativa de tomarlo de la mano, él sintió un escalofrío y le acercó su cuerpo; para él fue como había sido para uno, en su adolescencia, el primer contacto físico con la niñita que nos gustaba.  Sabina comenzó las caricias, empezó a quitarle las prendas y le propuso que hiciera con ella todo lo que hacía con su novio.  Dulce pasión la de esa noche.  Intrigaba a Sabina por qué este homosexual era capaz de hacerla sentir mujer, aunque no le hubiera todavía visitado su parte más femenina.

Antonio amaneció con Sabina y se quedó en su apartamento todo el domingo.  Al atardecer, ella le propuso la “segunda parte”:  “¿Hacemos lo que yo hago con Adri?”  Lejos de negarse, Antonio vio la oportunidad de resolver de una vez por todas las dudas que le habían asaltado mientras “durmió” (¿Será que me empezaron a gustar las mujeres?  ¿Será que si ella y yo repetimos esto alguna vez, va a ser en la misma forma y nada de frente?  ¿Pero yo sí sería capaz de ingresar por ese portal?)  Ella también había estado pensando que, si Antonio podía hacerla disfrutar por el “lado correcto” todo lo maravilloso que la hizo disfrutar en la forma que ella nunca le permitió al novio, esa sería la mayor dicha para ella.  Pues la dicha se dio y fue dicha para ambos, les resolvió todas sus dudas y les dejó un tremendo desvelo, no expresamente compartido, idéntico para cada uno: “y el otro, ¿qué?”.  Antonio se despidió pronto, “tengo que madrugar a trabajar”; Sabina lo dejó ir con desazón.  Lo último que se dijeron fue que la aventura había sido muy bonita y quedaba para el recuerdo, como fotografía adherida al álbum de la memoria.

La semana transcurrió en calma, si eso se puede decir.  Adrián llegó el viernes por la noche y el sábado hubo apasionado encuentro con Sabina; más apasionado de parte de él, porque ella tenía su intranquilidad.  El domingo, Antonio lo estaba esperando muy ansiosamente; él lo interpretó como afán de reencuentro, pero el ajetreo estuvo muy desigual, el muchacho estaba caprichoso, no le permitió hacer casi nada y por la noche, al momento de despedirse, le dijo que estaba enamorado de Sabina, pero él no le respondió, pareció no haber entendido o no haber escuchado y lo despidió con el beso y las palabras acostumbradas.


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