Adiós amor

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Te dije “te quiero" y te pareció terrible. Podías darme lo que quisiera pero no amor. Todo lo material estaba en tus manos y me lo ofrecías con generosidad, pero yo no necesitaba lo que se podía comprar con dinero.
Mi alma estaba sola y sedienta. Hambrienta de cariño, de atención. Mis oídos habían ensordecido a fuerza de escuchar reproches y ya solo anhelaban palabras amables.
Mi piel se había endurecido hacía mucho tiempo por la rudeza de la vida. Se encalleció hasta volverse insensible para defenderse de los ataques. Pero las caricias todavía tenían la capacidad de hacerla sentir.
Mis manos se acostumbraron a sentir solo la frialdad muerta del metal. Objetos sin latido, sin el temblor emocionado provocado por el roce de una piel querida, deseada.
Mis labios, áridos como un desierto infinito castigado por el implacable sol, habían olvidado la humedad de una saliva ajena que los hiciera volver a lucir como un vergel enrojecido por el roce salvaje.
No quiero comodidad, no quiero riquezas ni joyas.
Quiero un cuerpo entregado que me haga sentir viva. Que me haga olvidar la tumba en la que permanezco hace tanto tiempo. Que le diga a mi alma: “Lázaro, levántate y anda.”
Quiero reír sin motivo, llorar de alegría, estremecerme con la brisa, adorar un olor.
Adiós amor, que pudiste ser mi salvación y te convertiste en la piedra que me hundió hasta el fondo.


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