¿Dos amores? (y 6)

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Adrián pasó toda la semana relativamente tranquilo; cuando se acordaba de aquella palabras de Antonio, las tomaba como un capricho de un muchacho que se ha deslumbrado de alguien y que le pasaría tan pronto como le llegó.  El sábado, con Sabina, después de una tarde de paseo y una comida en restaurante, ya en su apartamento, después de un brindis con brandy, empezó ella a comentarle sobre Antonio, no sin hacerle unas excitantes caricias a Adrián por sobre la ropa: “Ese muchacho es homosexual a todas luces; lo sé, no solo porque conozco de la relación de ustedes, sino porque a él se le nota en su aspecto físico y por algunos ademanes… (la interrumpía entretanto su novio con besos y con caricias más atrevidas que las de ella) …pero ¡qué macho también es!  ¡qué tan bueno está!  ¡y cómo hace de rico!”.  Por poco no le dio un infarto a Adri; “¿y qué te hizo, pues?”; “pregúntame qué le faltó hacerme; ¡es un hombre maravilloso!; ven y te enseño para que me hagas igual”.  Él le aceptó sin mucha gana porque le estaban entrando unos celos desesperantes, pero ella lo encaminó a unas acciones tan deliciosas que olvidó todo y se entregó por completo al disfrute.

Turbulenta mañana de domingo la que tuvo Adrián: dulce recuerdo del disfrute con Sabina, amargo gustillo por lo que se estaba dando entre ella y Antonio.  No quiso encontrarse con este por la tarde; huyó solo a un club donde se encontraban sus amigos, que se mostraron sorprendidos, porque hacía más de un año que no los veía allí; hizo todo por pasar un buen rato con ellos, con el teléfono silenciado para no responder a las múltiples llamadas que Antonio le estaría haciendo.  En toda la semana, tampoco buscó a Sabina para nada y se distraía mirando cine, entrando a la internet o saliendo a tomarse unas cervezas en soledad.  Y en esa soledad le daba vueltas y revueltas a la situación; triste, veía derrumbados sus dos noviazgos; esperanzado, veía a aquellos dos cansados el uno del otro y buscándolo de nuevo; triste, los veía en una ceremonia de matrimonio; morboso, los imaginaba proponiéndole un trío permanente.

Ni lo último, ni lo penúltimo, ni lo anterior… El extraño amor (¿si? ¿extraño?) del homosexual con la libidinosa mujer se consolidó.  Estaban fascinados uno con otro y no hicieron lo más mínimo por atraer a Adrián; este, en su orgullo, tampoco los buscó, más bien se refugió en sus amigos: los del club, la barrita de compañeros de trabajo y hasta unos primos latosos que antes esquivaba.  No faltaron los comentarios picantes: que la dejó por un amante secreto (y lo negaba furiosamente, “¿homo yo?”); que ella lo dejó por un muchacho todo sexi (“yo fui el que la dejé, y muchachos no tiene, está sola; ese con que sale es un primo marica”); que ella lo despachó cuando descubrió saliendo con otra (“con otra nunca estuve yo; he sido muy fiel cuando he tenido amores”).  Tal vez esta última fue la única “verdad” que dijo.

FIN


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