En estos días nada había cambiado, salvo el tiempo. Se acercaba el verano y la temperatura era más cálida. Mi hija volvía a tener los horarios cambiados. A mí me parecía que venía más a menudo, pero no estoy segura. La verdad es que hay días que me levantan y no sé muy bien ni en donde estoy, ni lo que hago, pero intentaba, en el poco rato que permanecía levantada, que era poquísimo, saber que pasaba a mí alrededor o por decirlo de otra manera, no perder el contacto con el reducido entorno que me tocaba vivir. Y es que, prácticamente mi vida, si se le podía llamar así, transcurría en mi habitación, aislada de todo y de todos.
Os preguntareis porque digo que estoy aislada. Bien. Como sabéis me acostaban antes de comer, así que levantada o mejor dicho, sentada en mi silla de ruedas, estaba escasamente hora y media por la mañana y a partir de las doce o doce y cuarto me llevaban a la cama, a descansar. Es cierto que mi cuerpo no daba para más, pero, había días que me encontraba mejor y preferiría estar más tiempo “levantada”, sobre todo, cuando mi hija, tenía fiesta y salíamos a pasear en estos días de primavera, respirando el aire fresco de las mañanas y viendo las pocas flores que había por el camino, ya que la falta de sol no facilitaba la floración
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