EL HOMBRE TORCIDO 1

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En el año 1977 la empresa de productos lácteos en la que trabajaba Julio Peña que era un

hombre de treinta años le instó a éste a que sacase el título de inglés en una escuela

especializada con el objetivo de promocionarse a nivel internacional.

Así pues que Julio tras visitar algunas Academias de Idiomas optó por ingresar en el rutilante

Instituto de Estudios Norteamericanos  de su ciudad que se enmarcaba en la idiosincrsia

vitalista y tenaz de aquel vigoroso pueblo.

Mas a pesar de que Julio había sacado una buena clasificación en el exámen de Fin de Curso, y

que en aquella Verbena de San Juan él se hallaba en una amplia terraza que estaba detrás de

la Biblioteca de aquel centro, donde se celebraba aquel evento con baile en el que convergían

las alumnas con sus mejores galas emulando a las bellas actrices del cine se sentía muy

malhumorado, despreciado; su decaído estado de ánimo contrastaba con el bullicio de aquel

ambiente, porque la novia que tenía lo había dejado por su primo segundo que era el hijo de

una adinerada familia que tenía un industria de pinturas.

Julio estaba contemplando los fuegos artificiales cuando oyó que un sujeto le dirigía la

palabra.

- Que bien se está aquí ¿no? - dijo el desconocido.

Entonces Julio para su asombro se encontró frente a un hombre que rondaba los cuarenta

años; con gafas; y risueño el  cual era parapléjico por lo que estaba postrado en una silla de

ruedas, y que deseaba disfrutar de aquella fiesta.

- Sí... Hace muy muy buena noche - convino Julio.

- Todas estas chicas son muy guapas - continuó el minusválido-, y conmigo se muestran muy

amables. Y aunque yo no pueda bailar, también comparto con ellas, a mi manera el gusto por

la música.

- Es natural.

- Claro que a la hora de la verdad, no consigo ligar con ninguna - se lamentó.

- Es que las mujeres son muy duras de pelar - bromeó Julio.

El minusválido se llamaba Luís. Y tan pronto como se hubo presentado se le acercó una joven

morena de muy buen ver; intercambiaron unas palabras pero ella lo despidió con

conmiseración, dando lugar a que el hombre volviera al lado de Julio.

El caso era que la presencia de aquel sujeto, era el contrapunto de aquella glamurosa

sociedad puesto que ponía en evidencia la vulnerabilidad humana. Daba a entender  que al

salir de allí cualquier fatal eventualidad podía dejar incapacitado en una silla de ruedas al más

brillante galán, o hermosa fémina; lo cual creaba una insalvable barrera entre Luís y sus

semejantes.

- No soy como la mayoría de los que están aquí. Y tal vez no debería haber venido a esta

fiesta - expresó Luís.

- Tonterías. A pesar de tu problema esencialmente eres tan persona como los demás, y debes

de comportarte con naturalidad - le respondió Julio-. Claro que para que la sociedad te sepa

valorar como ser humano, debe de haber un sistema humanista, y más democrático que por

ahora no existe, pero es cosa de tiempo.

- ¿Tú crees?

- Por supuesto que sí. En el fondo, esta fiesta es una manera de huir del hastío, de las miserias

de cada cual- prosiguió Julio-. Todos tenemos defectos, pero la cuestión es ¿qué hacemos con

ellos? A pesar de que todo el mundo se guía por las apariencias hay muchas formas de ser

que se apartan de una estética dominante, pero que merecen un respeto. Además, las cosas

vistas de lejos parecen más bonitas, pero que de cerca se advierten los altibajos.

Luís necesitaba creer en las palabras de julio que le conferían una comprensión, una seguridad

en sí mismo, por lo que decidió ser su amigo.

Poco después como ya era hora de regresar al hogar, Luís se ofreció en acompañar a su nuevo

amigo en coche, puesto que el suyo lo tenía averiado.

- Gracias al coche, me he podido independizar, e ir a cualquier parte - comentó Luis ya en la

calle junto a su vehículo, mientras salía de su silla  de ruedas y se acomodaba en su interior.

Pero en el trajín de aquellas maniobras una de las botellas que llevaba encima para depositar

la orina, ya que no tenía retención se estropeó, y el líquido empapó sus pantalones.

-¡Ay perdón! - se excusó él.

Los dos amigos quedaron para volverse a ver en otra ocasión, y posteriormente Luis se dirigió

a  un barrio periférico de la gran ciudad que era donde vivía, y poco después ya se hallaba en

su destartalado piso en la planta baja de un bloque de casas baratas.

A decir verdad todo estaba en desorden. En el sofá se amontonaba la ropa sucia de la colada,

y mantas arrebujadas; y en la cocina la vajilla estaba dispersa por todas partes, con los restos

de la comida del mediodía; asimismo un tufo a mugre se enseñoreaba por toda la estancia. Sin

embargo a Luis no le afectaba todo aquello, porque hacía años que se había adaptado a vivir

en un estado caótico. No obstante, la sordidez de su hogar lo devolvió a su triste realidad y

las palabras de Julio en el Instituto Americano le parecieron muy lejanas; como si las hubiese

soñado.

 

 

 

 

 


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