De una habitación que daba al comedor, salió su anciano padre en pijama que era con el que
compartía el piso, puesto que su madre estaba ingresada en una Rsidencia aqujada de una
enfermedad nerviosa.
- Ah, ya estás aquí - dijo el padre de Luis-. ¿Lo has pasado bien?
- Sí... Como siempre - respondió él con indiferencia.
- No sé por qué te molestas en salir por ahí, haciendo gasto de la gasolina. Al fin y al cabo nadie
te hará caso por tu condición - dijo el anciano con crudeza.
Luis sintió una rabia ciega en su interior, que se manifestaba con un escalofrío en su cabeza, y
con agresividad le contestó:
-¡Bueno ya! Tú qusieras que no saliese de casa como antes, porque te avergüenzas de mi.
Quisieras esconderme porque piensas que soy un deshecho de la humanidad; que soy tu
fracaso personal. Así yo siendo un pardillo, tú te haces el listillo de la casa. Pero te diré una
cosa. Tú vives en las catacumbas, porque hoy en día todo ha cambiado, y yo soy una
persona como los demás... ¡Una per- so-na!- gritó.
- ¡Eres un burro, y un desagradecido, porque yo soy el único que te cuida y te mantiene! - se
enfureció su padre-. Y eres un ingénuo si piensas que álguien se hará cargo de ti. Se habla de
la gilipollada de los Derechos humanos, pero a la hora de la verdad, "ná de ná". Todo el
mundo va a la suya.
- Sí. Me cuidas después de haber dejado sola a mamá con mi defecto, para irte con tus
fulanas- le reprochó Luis con sarcasmo-, y ahora que ella no está en sus cabales vienes a mi,
pero por su dinero. Porque a ti lo único que te importa es el dinero. ¿ No es así?
El hombre se ablanzó iracundo hacia su hijo con el brazo en alto dispuesto a darle un tortazo,
mas se contuvo en el acto.
- Te juro que si que si estuvieses a mi altura física te partiría la cara - dijo el anciano.
El padre de Luis, era un hombre de una humilde familia del sur de la península que había
emigrado como tantos otros a Barcelona, y se había casado con una mujer adinerada para
salir de la miseria, según la concepción de pícaro que tenía de sí mismo; pero que había tenido
la desgracia de tener un hijo minusválido a causa de una malformación en la columna
vertebral cuyo cuerpo hacía pensar en el tronco retorcido de un viejo árbol, y en aquellos años
a dichas personas se las tenía sobreprotegidas en el hogar como si fuesen ciudadanos de
tercera categoría, no aptos para los menesteres de la vida cotidiana. En consecuencia, el
padre de Luis, cansado de tantos médicos y de operaciones quirúrgicas en su hijo, y también
de las depresiones de su mujer, se había desviado de su hogar con otras amantes; lo que le
acarreaba terribles peleas con su cónyuge en perjuicio de vástago, que los tenía que separar
cada vez que llegaban a las manos. Y ahora los dos hombres malvivían enfrentados en el piso.
-¡Escúchame tonto! ¡Para que te enteres, con el dinero se puede llegar a todas partes! Pues
todo tiene un precio- saltó el dueño del piso-. Tú me desprecias, pero gracias a mi dinero, y
al de la familia que te pasa un tanto, puedes comer todos los días. Porque si no fuera por mi
¿cómo te las ibas a apañar eh? Porque vamos a ver. ¿qué sabes hacer tú? No puedes trabajar
como todo el mundo. Eres un inútil que no sirve par nada. ¡A ver si de una vez tocas de pies
en el suelo! Está muy bien que te distraigas con el inglés, pero de ahí no pasarás. Así ¿qué
harás cuando yo me muera?
Luis ofuscado salió en volandas del comedor, y se encerró en su habitación dando un portazo
al tiempo que gritaba: "¡ Vete a la mierda!" para seguidamente caer en un denso pesimismo,
ya que en el fondo de su conciencia creía que su padre tenía razón. Él sabía que tenía que
encauzar de alguna manera su vida, pero le faltaba el suficiente vigor para ello, y además
tampoco sabía cómo.
Tras pasar los dos calurosos meses de verano, Luis reanudó los estudios de inglés en el
Instituto Americano, y al dirigirse al bar de aquel centro que era el lugar donde acudían los
estudiantes que solían organizarse en grupos y se establecían interesantes tertulias en las que
se debatía cualquier tema de actualidad, se encontró casualmente con Julio.
- ¿Qué tal te va? - le saludó Luis.
- Aburrido.
- Pues por muy mal que te vaya, siempre tendrás una vida mundana más interesante que la
mía. Yo sé que hay países como Holanda en los que a los minusválidos se nos trata con mayor
consideración.
- Esto se debe a unba madurez mental. Aquí como ya te dije imperan las apariencias, que en
tu caso se expresa con la lástima; que es una manera de que la gente se haga la buena, la
comprensiva, cuando esto es una postura de cartón-piedra, porque en realidad te marginan-
respondió Julio.
- Sí pero eso a mí no me soluciona nada. Al contrario. Me perjudica.
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