EL HOMBRE TORCIDO 3
Por franciscomiralles
Enviado el 20/06/2018, clasificado en Cuentos
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- ¿Sabes una cosa? Yo también estoy muy decepcionado de la vida - dijo Julio-. Resulta que
como estoy harto de mi trabajo, y quiero ser cantante de ópera y ser famoso, he ido a un
Conservatorio de Música donde me han hecho unas pruebas pero me han dicho que no tengo
condiciones.
-¡Bah me tomas el pelo!- expresó Luis con chanza.
- Podría decirte que yo no he tenido en cuenta ni mis límites, ni mis posobilidades en otros
aspectos. Me he dejado llevar por un sueño que no tiene nada que ver con la realidad. Y esto
también te ocurre a tí. Tienes que tomar como punto de partida tu singularidad; ser realista
para poder llegar a algo.
- Pero es que yo no puedo aspirar a cualquier chica como las que hay en este centro - arguyó
Luis.
- Es verdad. No puedes. Ellas desean a un guaperas con pasta para que corra por ellas de un
modo competitivo en la vida laboral, en la vida en general, y no quieren problemas. Mas bien
esas chicas buscan a alguien que pueda solucinar los suyos propios, y tú representas lo
contrario. La simpatía que demuestran contigo es engañosa, porque en realidad es una barrera
que te impide el paso.
- ¿Entonces?
- Debes de conseguir a una persona que sea capaz de comprender tu problema; sea porque
ella también tenga algúna minusvalía, o que tenga una sensibilidad entrega incondicional;
aunque hay que reconocer que esto último es más difícil de encontrar. Pero tú también deberás
de saber correr, pero de otra manera.
Luis le miró con perplejidad.
- Sí. Necesitas una independencia económica que te permita compartir tu vida con esta
persona.
-Ya... vaya... - balbució su interlocutor vagamente. Pues aunque su vida dejaba mucho que
desear, se había acostumbrado a chapotear en el ostracismo, en la penumbra existencial, y
cualquier cambio significaba romper una ficticia seguridad personal.
Cuando Julio salió del Instituto Americano en compañía de Luis, se cruzó con un tío suyo que
iba en dirección contraria, el cual vio a su sobrino junto al minusválido. Y tan pronto como Luis
montó en su coche y se perdió en la lejanía, el pariente de Julio le comentó a éste:
- ¿Qué hacías con este paralítico? ¡Ay es una pena que haya gente así! Estas personas no
pueden hacer nada, y sería mejor que no salieran de casa.
La verdad era que si bien Julio era un hombre de miras amplias que aspiraba a una sociedad
más justa y más humana, era porque en realidad no se sentía cómodo en el ambiente que le
había tocado vivir ya que notaba que lo único que movía a cuántos le rodeaban eran los
prejuicios y las bobadas que alimentaba la vanidad social tras la cual sólo había un vacío
interior. Por eso el amigo de Luis le respondió a su tío:
- Ya. Pero imagínate que un día bajando las escaleras de tu casa, resbalas, y te caes; y
quedas paralítico. ¿Te gustaría no salir de casa y que todo el mundo se distanciase de ti?
Su tío no supo qué responder y prosiguió su camino.
Luis necesitó muchos encuentros, y muchas conversaciones con Julio para poder asumir tanto
su manera de ser como su singularidad y olvidarse de un falso igualitarismo que no tenía nada
que ver con la realidad.
Hasta que un día un amigo de Luis del Instituto Goodman le presentó a éste una vivaracha
joven psícologa, que aunque tenía una pierna ortopédica exhibía sus turgentes senos, llamada
Carmen que accedió a salir con él. Así que al cabo de un tiempo la pareja decidió unir sus
vidas; aunque Carmen que trabajaba en las oficinas de la ONCE introdujo a luis en la
Organización, después de superar un exámen médico.
Y un día mientras paseaban por el Paseo de Gracia de Barcelona, Carmen le dijo a Luis:
- ¡Oye! Tienes que cambiarte de ropa, porque mañana empiezas a trabajar.
-Que sí... mujer; que ya lo haré... - respondió él cansinamente pero más contento que unas
castañuelas, porque se sentía apoyado por álguien.
La verdad es que nuestra personalidad a veces es una página en blanco, que de una manera o
de otra, con nuestro empeño debemos de saber llenar.
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