Un castillo en el claro (C.3.2)

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Pasaron los días y las conversaciones le resultaban a Klaus cada vez más enriquecedoras. Aprendía de aquel anciano lo que ningún tutor había osado enseñarle jamás. Llegó el día de partir. Había decidido que acusaría públicamente a Arnalt para que este se viera obligado a abandonar la corte.

            _Señor, nunca olvidaré su hospitalidad_ Se despidió

            _ Klaus, muchacho_ dijo el “otro rey” quitándose el anillo y entregándoselo _esta piedra os ayudará a ver el alma de los hombres y a conocer su verdadera naturaleza. No os separéis de ella.

            _ No lo haré_ respondió agradecido mientras recogía el anillo de manos del anciano. _ Señor, me gustaría visitarle en el futuro y temo no poder encontrar su castillo de nuevo_ añadió.

            _ No temáis mi joven amigo, lo hallaréis siempre que tengáis la necesidad de hacerlo_ contestó con una de sus amplias sonrisas mientra señalaba a Klaus el camino que debía seguir.

Había recorrido ya un tramo considerable cuando divisó a lo lejos la aldea en la que vivían los campesinos al pie del castillo de su padre. Entonces, algo llamó su atención. La villa parecía haber sido saqueada o abandonada. Las casas se caían a pedazos y los campos, antes rentables y productivos, se veían sin cultivar e invadidos por malas hierbas. ¡No podía ser! ¿en tan poco tiempo? En estos pensamientos andaba cuando escuchó una voz familiar que parecía llamarle.

           _¿Klaus, mi señor? ¡No puede ser! No me puedo creer que seáis vos_ Un hombre de unos veinte años hablaba mientras salía a su encuentro. Portaba un saco de grano y, tanto su voz como el pelo rojo le resultaron familiares pero… no podía ser.

            _¿Muuuuunio?_ Titubeó el joven príncipe convencido de estar en un error.

            _¡Por supuesto!¿Quién si no?_ Preguntó su antiguo sirviente _Señor, le dábamos por muerto. Nadie entendió como podía haber desaparecido de ese modo. Yo, en un principio pensé que se encontraba buscando la fortaleza del claro pero cuando no regresaba y pasaron los días, los meses y después los años, perdí toda esperanza_ añadió.

            _Munio, amigo mío ¡La he encontrado!_ Exclamó ilusionado. En cuanto terminó la frase, tomó conciencia de lo que acababa de oir y el corazón le empezó a latir como si se le fuera a salir del pecho. –Decidme, ¿Cuánto tiempo he estado ausente?_ Preguntó desorientado

            _Más de cinco años mi señor_ Contestó su fiel amigo extrañado de que le hubiera formulado semejante pregunta.

¡Cinco años! Había pasado más de cinco años en el castillo. Klaus no podía pensar, no acertaba a comprender lo que podía haber ocurrido. El tiempo en la fortaleza del claro parecía correr con presteza, lo que corroboró viendo el reflejo de aquel hombre joven de grandes ojos esmeralda y barba castaña que le devolvía la mirada desde las calmadas aguas del río que discurría al borde del camino. En cuanto pareció calmarse, Munio comenzó a narrarle lo acontecido en su ausencia. Así fue como Klaus se enteró del fallecimiento de su madre poco después de la desaparición de su único hijo varón. Al parecer, la delicada salud de la reina no le había permitido resistir tal desgracia. Además, su padre había sido hayado muerto en sus aposentos en extrañas circunstancias. Todo parecía apuntar a que hubiese sido envenenado. Cuando todo el peso de la verdad cayó sobre el joven, este perdió el equilibrio y se tuvo que sentar. Miró fijamente y con ojos llorosos a su amigo le hizo la pregunta cuya respuesta tanto temía conocer.

_Munio, decidme ¿Quién gobierna ahora estas tierras?_Titubeó

_Oh mi señor, nunca podriáis imaginarlo ¿Recordáis al comandante Arnalt, vuestro tutor?_

_¡Arnalt! Otra vez ese vil manipulador_ La rabia se fue apoderando de Klaus y sin que su fiel amigo precisara darle explicación alguna, al punto se imaginó la causa del lamentable estado de la aldea así como, era evidente, de sus habitantes.

Klaus ya encontraba abusivos los impuestos que se veían obligados a pagar los campesinos cuando su padre reinaba. Estaba convencido de que el avaricioso del que había sido comandante del rey, los habría aumentado. Munio corroboró tal suposición y explicó a Klaus que Arnalt había desposado a su hermana Cloe antes del fallecimiento del monarca, motivo por el cual, el muy bribón, había accedido a la corona. Cuando el antiguo sirviente terminó su explicación, el joven príncipe le narró cómo había sido secuestrado, la huída y, lo más sorprendente de todo, su estancia en el castillo del claro. Munio no podía dar crédito a lo que oía pero, por encima de su incredulidad, sentía en lo más profundo la rabia de saber quien había sido el responsable de la desaparición de su amigo y de la muerte de los anteriores reyes.

_Klaus, mi señor, yo siempre he estado a su lado_ dijo convencido _Permítame acompañale y ayudarle a vengar a sus padres_

Klaus había visto el odio y la rabia reflejados en los ojos de su amigo y sabía que la intención de este sería dar muerte al actual rey.pero las conversaciones con el anciano en el “castillo del claro”habían convencido al joven de que no debía mancharse las manos de sangre, puesto que a nada conducía. Miró el anillo de reojo y supo que toda arma que necesitaba se encontraba en ese mismo instante en el dedo anular de su mano izquierda.

_Munio, mi fiel amigo sé que me ayudariáis gustoso pero es algo que debo de hacer solo. Tomad este jubón con algunos víveres, creo que lo necesitáis. Vuestro rostro, antaño redondeado y jovial está empezando a afilarse y no creo que sea sólo por el paso de los años– Lo miró con tristeza y partió rumbo al que había sido su hogar.

Al llegar al castillo, pocos fueron los que le salieron al paso, apenas un puñado de soldados que se quedaron anodadados al ver al príncipe desaparecido años atrás. El estado de la fortaleza en la que se había criado, era lamentable y por lo que había podido ver sólo un tercio de las cuadras se encontraban ocupadas. Cuando llegó al salón principal un soldado lo atajó instándole a seguirle. Su voz le resultó familiar y creyó que podía tratarse de uno de sus captores pero no dijo nada y lo siguió en silencio pensando, preocupado, en la suerte que habría corrido Cass. Daba por supuesto que Cloe se habría desposado con Arnalt voluntariamente pero, así y todo, también temía por ella. Al momento llegaron frente a la puerta de lo que habían sido los aposentos de su padre y una voz perféctamente reconocible para Klaus lo invitó a pasar. El guardia se había retirado y el joven se encontró frente a frente con su enemigo. (continuará)


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