El nombre que intoxica...

Como todo lo que comienza, esto fue bueno al principio. Tan bueno que no pudo continuarlo siendo y decidió retroceder para… bueno, hacernos la existencia más tediosa.

Recuerdo cuando comencé a notar que tus ojos veían a alguien más y como decidí perdonarte sólo porque nada más había cambiado. Pese a que tu mirada ya no era del todo mía, aún me pertenecían muchas cosas de ti, cosas que  ella JAMÁS tendría. O al menos eso creía…

Aún con la inseguridad, siempre me convencí de que a lo mejor era algo pasajero en ti, digo, es normal en el ser humano inauténtico atravesar por ese tipo de cosas. E insisto, podías sentir lo que quisieras pero yo todavía estaba en tu vida y tú en la mía, y sabía que no serías capaz de fallarme más. Es más, hasta entendía porque de pronto ponías tus ojos en otra chica; no te culpé, al final yo no tenía todo lo que deseabas. A lo mejor ella sí. Pero mi amor, no te dejaría ir.

Pero mi ansiedad aumentó cuando te descubrí besándome con los ojos abiertos. Me alarmé y todos los sentimientos de superstición que me estuve guardando para no parecer una loca ante ti, se despertaron casi haciéndome soltar un alarido. Corazón, si te había dado todo, ¿Qué más tenías que andar buscando en otros lugares?

No quise reclamarte porque era demasiado difícil abordar un tema como ese, ¿Cómo iba preguntarte a ti, mi amor, si alguien más te robaba la atención? Sólo pensar la pregunta me mataba y a la fecha sigue amenazándome con hacerlo.

Todas las noches me iba a dormir con un sabor espantoso en la boca, con los ojos ardiendo de resequedad, la piel roja por las repentinas erupciones y aturdida por un incomodo zumbido en la cabeza. Luego descubrí que mis malestares se agudizaban con el simple hecho de evocar su nombre…

¡Mi amor, pero si ella era el problema! Seguro que su maldito nombre también te intoxicaba como a mí y por eso tu atención estaba tan desviada. Pero no te preocupes vida mía, ya encontré la manera para evitarnos la perra alergia que se nos coló en las entrañas.