Davus

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El estudiante en su habitación, solitaria, llena de libros. El ordenador en la mesa, junto a la cama, una silla de plástico adecuada con un cojín como respaldo.

Era Davus. Alumno de la universidad. Estudiante de literatura clásica, amante de la poesía y de las buenas historias. Hacía un año que había dejado a su familia para irse a estudiar a la ciudad.

En su mente y corazón aun guardaba a su primer amor, ese amor que todavía le hacía resplandecer día con día. Ese amor perdido, al cual dedicaba horas de pensamientos y al que le escribía con frecuencia desmedida.

Cierto es que de Jean no sabía nada, había perdido contacto con ella y con todos sus amigos. Durante un largo tiempo se centro tanto en sus estudios que perdía la noción del tiempo. Se encerraba durante horas en aquella buhardilla que rentaba. Cuando salía era para comer y dar una caminata; a tomar un poco de aire, para después regresar a lo suyo, la hoja en blanco.

Mientras iba descubriendo el universo de los libros, un deseo comenzó albergar en su alma, ser escritor. Se preguntaba: ¿Cómo puedo llegar a ser escritor? ¿Cómo escribo una historia? ¿Qué escribo?

De cuando en cuando durante noches de insomnio, imaginaba que escribía en su ordenador y que pasaba horas dedicado a su trabajo, imaginaba que era su forma de subsistir, la forma de ganarse la vida, el sueño llegaba y Davus cerraba los ojos.

En sus sueños aparecía constantemente aquella imagen de escritor desaliñado, habitando una casa pequeña a las afueras de la ciudad. El cuarto de estudio provisto de todos los clásicos de la literatura, debidamente estudiados. Los estantes llenos de libros, el escritorio bello y la imagen de aquel hombre contador de historias.

Y así al amanecer la imagen volvía, asistía a clases por las mañanas. En tiempos libres escribía algo de poesía, sin forma, sin estética, sin medida, pero con esencia. Copiaba a los grandes, intentando ponerle un toque personal, pero sin lograrlo un  ápice siquiera.

Llenaba libretas y libretas con poemas e historias, borrando y tirando a la basura. Volver a escribir y a escribir, casi como una obsesión. Nada le importaba ya, su deseo era tan grande, que comenzó a frecuentar bibliotecas y ocuparlas como centro de trabajo.

Sus compañeros sabían de la insistencia de Davus, muchos lo alentaban a seguir con su cometido. Otros, los más, le decían que se dejara de trastadas: que solo eran quimeras, tontas y estúpidas quimeras.

Pero su voz interior le indicaba el camino, le indicaba que nada le daría salvación, más que aquel oficio que consideraba fantástico. Así a la par de sus estudios, tenía su segundo trabajo, escribir.

Las historias comenzaron a tener forma, sin darse cuenta la estética concurría en los párrafos. Después de varios años de intentar, de tardes y noches frente al ordenador, todo comenzaba a ser.

Davus, perfeccionista y amante de la buena literatura por fin se sentía pleno, era largo el camino, pero encontraba su recompensa: hacer buenas historias. No está de más decir que aquel hombre que soñaba con ser escritor y vivir a las afueras de la ciudad para dedicarse a lo suyo lo había logrado. Ese escritor es mi querido padre.


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