Como un pimpollo de rosa, recién gestado, armonioso y nuevo, así vi esa manita, diminuta con movimientos torpes, pero dirigidos con prolijo esmero hacia la nuca de su mamá.
En efecto trataba de juguetear una y mil veces con los cabellos, en sistemático ejercicio ya de un lado o del otro de la maternal cabeza.
Pensé en esa blandura, aún incontaminada porción de su cuerpo; qué tan importante rol jugará en su vida futura, pues ahora se limita a realizar movimientos exploratorios para buscar el chupete, apretar algún muñeco tan tierno como ella, enredarse en los cabellos de su madre.
Aún no conocen la delicada intención de proteger, de sostener, de contener.
Manitas vírgenes de todo crispamiento ante infinidad de encuentros con la disparidad, la injusticia, el dolor.
Ingenuas libres del contacto con el dinero que pondrá a prueba una actitud generosa, ahorrativa, miserable o de sufrimiento.
Seguramente el amor las espera para prodigar caricias, la amistad para brindar abrazos, la misericordia para transmitir fuerza a un pobre, a un caído, la compasión las llevará a abrigar a un animal sufriente.
Incipiente y artesanal esfuerzo hoy en la cabellera de mamá, como lo fue para tantos hombres y mujeres que de grandes, tuvieron sus manos llenas en la concreción de proyectos humanitarios.
Quiera Dios que esas manitas de gesticular torpe y dulce ahora, se tornen en formidables hacedoras de mejores ideas y pensamientos.
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