Sólo una Casa

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Vacía quedó la casa, vacía hasta de recuerdos. Paredes lisas, pisos amplios, sombreados por las siluetas de aquellos muebles que fueron, que no están más a la vista.

No más pasar el umbral, está el olor sempiterno que asocia esta soledad, con aquél hogar cuando estaban los abuelos.

Creería que al entrar, sin saberlo, ese olor de la casa me anunciaría quienes en ella vivieron, trayéndome de inmediato las caras de los afectos.

Silencio. Suave roce de las hojas secas prestadas al jugueteo del viento que las mece en sus sueños de macetas, mudo adorno de otro tiempo, de todo cuidado huérfanas; algunas plantas están gracias al sol, al agua, otras secándose fueron por los mismos elementos.

Se alejaron todos, quedó la casa, muda desierta; con la intensa y distinta carga que en cada uno al entrar despuierta. Abrir la puerta y cerrarla tras de sí genera la impresión de volver atrás o estar de más.

Allí quedó la lluvia como excusa para el resguardo, mirando las gotas caer en patio otrora perfumado.

Allí quedó el sol ardiente, urgencia de correr el toldo, para prservar la frescura del ambiente.

Allí quedó el aroma del chocolate que humeante y calentito se hacía esperar en las tardes de cumpleaños.

Allí quedó el correteo de Pochi, perro compañero del abuelo, travieso, goloso, tierno, tras su amigo que partió primero.

La casa... resignada imagen,  ¡cuánta vida encierran sus paredes!

Sin embargo, cual acogedora madre nuevos moradores aguarda, que como hijos vendrán y vivirán y otro día volverán a dejarla vacía.


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