No sé como sea en los otros paises pero en Chile la moda del Stand Up Comedy parece más importante incluso que las tradiciones más populares como bailar cueca o jugar al trompo. Cualquier persona reconocida publicamente se sube a una tarima para iniciar el rito de cobrar por ser conocido, no así por su calidad de comediante. Bulgares machistas con chistes repetidos de hace 20 años o feministas con un gran discurso pero sin remates también llenan los esenarios en la taquilla y los que se dedican o vivien del mito de trabajar para hacer reír, honrando a los tenores del pasado, parece que son los miembros más desafortunados de esta nueva tradición del negocio de la comedia.
Hay gente que se ofrece como presentador exigiendo montos monetarios en estos Open Mic, que son festivales para desnaturalizar el trabajo de los iniciados o los no tan populares hombres y mujeres que viajan por las noches hablando al microfono, tratando de que la gente que va a sentarse a verlos no sólo se vayan con el recuerdo del buen sabor que tenía el pollo y la cerveza.
Hace ocho años que no hacía Stand Up Comedy, en mi retorno me di cuenta de las diferencias. Antes uno luchaba por encontrar un espacio para que te permitan mostrar algo que nadie hacía y ahora que todos lo hacen por moda sobran los espacios igual que los seudos comediantes.
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