maria salvaje

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-¿Demasiado tarde?

 

-No me enteré que hubieras salido.

 

Habían pasado casi veinticinco años. Cinco lustros de desamor y zozobra. Mas de nueve mil dias de espera sin esperanza.

 

Se conocieron en la vaguada de los Murillos. Allá donde el rio serpentea entre las raices del Monte Perdido y gime el viento herido de muerte por las aristas de las rocallas. Era una tarde de otoño.

Una tarde que nunca amarán los ateos: era tarde de Dios. Simón detuvo la azada a mitad recorrido: absorto, ensoñado, petrificado por el mirar de aquellos ojos grises, claros, acerados,  ojos de plata.

 

María Salvaje le contó que venía de la montaña escapando de los  malos amores que apetecían al padre y del olor a soledad que inundaba la humilde cabaña. Y se fueron juntos, por el sendero, sin palabras, celebrando el silencio y la compañía.

 

La casa de Simón se embriagó de sonrisas, el cielo se tornó mas azul, el viento mas placentero y la nieve menos fria.

 

-¿Y esos ojos?

 

-De tanto mirar las estrellas.

 

Un año, dos, y hasta cuatro. Peinándole rizos al querer, quebrando la espalda hacia la tierra y arañando a cada instante tanta felicidad compartida.

 

-¿Cómo es la ciudad?

 

-Allá se apagó la luz. Huyeron los pájaros, asesinaron los árboles y hombres y mujeres se tiñeron de gris. La ciudad no es buena.

 

 

 

 

 

 

 

 

A Simón le abrasaba el cuerpo de María. A María el de Simón. Y un dia cualquiera fundieron sus pieles bajo las húmedas sábanas del placer. Aún jadeantes, unidas las manos, Simón agradeció al cielo aquel pellizco de amor. María entretanto plateaba sus ojos contra las estrellas.

 

Amanece. Con  el saludo del alba Simón y su yegua Jardinera saldrán al campo y, sin apenas reposo,  esculpirán la tierra hasta que el dia agite  el pañuelo de su último adiós.

 

Simón y la Jardinera. La Jardinera y Simón. Buena yegua, ya vieja y  sin demasiado ímpetu para ahondar surcos,  detiene con frecuencia su cansino trabajar , implorando con ternura unos minutos de tregua.

 

 Hace muchos años ser presentó frente a la casa sin arrreos ni aparejos. A pelo. Temblaba sin frio y en la cuenca de sus ojos se adivinaba el susto. Huyó de un mal amo embadurnada de palos y de blasfemias.

 

Nadie la reclamó y Simón la hizo de casa,  más por compasión que por provecho.

 

Los domingos  la lavaba y la lustraba y hasta le curaba las costras donde las moscas organizaban sus fiestas,. Y hasta en alguna ocasión quiso vestirla de gala , con los arreos de badana azabache y botonadura dorada. Jardinera se dejaba hacer, mansa y coqueta,  cuantas guapuras Simón le regalaba.

 

María Salvaje atendía la casa, la cocina, el fuego, el corral y el órden y, si así podía, ayudaba a Simón en las ultimas faenas de la jornada. De regreso, tras la cena, alentaban el amor de la noche reflejando sus cuerpos desnudos  en el último tronco azulado de la chimenea.

 

-

 

 

 

 

 

 

 

 

Cómo es la ciudad?

 

Una carrera a ninguna parte. Envidias, rencores, dinero, poder. La ciudad no es buena.

 

Dias de sosiego y paz. De más sudor que palabras. De mas sonrisas que ayes. Sin reloj ni calendario. Esperando que mañana sea hoy, hoy ayer y nunca pasadomañana.

 

-¿Y cómo es la ciudad?

 

Se fue María a la ciudad siguiendo la mala estela de un vendedor de ilusiones: Y quedó Simón, enamorado, herido y agradecido: sin una brizna de hiel, pero con el corazón vacío.

 

Pasó el tiempo por encima de Simón. Encorvó su espalda, arrugó su piel y pellizco su alma. Y una mañana sin rocío también Jardinera se despidió para  siempre.

 

Un año, dos, diez y hasta veinticinco. Y otra vez  en la vaguada, justo en la amanecida, cuando el dia reventaba por las costuras del

Alba, en la misma  vaguada de  los Murillos,  otra vez aquellos ojos.  Aquellos ojos de plata. Se miraron…se miraron… se miraron

 

-¿Demasiado tarde?

 

-No me enteré que hubieras salido

 

 


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