Arbolietos amarillos, tupidos llenos de otoño, devuelven como en espejo todo el sol del verano; recién los veo con los ojos del asombro...
Algunas hojitas en el suelo, como pedacitos de sol que se filtran entre el follaje, son las primeras en caer, dejando de ser la planta que fue ayer, todo verde y vital, refugio seguro en los días de estío.
Muchas hojitas más habrá a los pies de cada árbol, muy juntas formando alfombra, pero dispuestas a danzar en brazos del viento, encantadores remolinos.
Deseo que permanezcan cubriendo los arbolitos, tan bellos en ese tono, dorados, color de fuego, cálida nostalgia, pasaporte a oros otoños e índice inequívoco de que todo comenzará nuevamente.
Imitan al astro rey tan ausente en este tiempo, pues aunque nublado el día, irradian ese templado reflejo, que enciende el ambiente, cortando el gris.
Hasta agotarse su extenso ciclo siguen prodigándose, sorprendiendo con su transmutación.
Arbolitos amarillos, quién pudiera retenerlos en acuarelas con todo su esplendor.
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