Te echaba de menos, no sabes cuanto. Pero aunque pudiera decírtelo, no te lo creerías. Así estábamos, en un punto intermedio donde no sabíamos distinguir las cosas e interpretábamos erróneamente la mayoría de ellas. No sabía exactamente si eran ciertas las que me decías, tal vez si, pero algo dentro de mi me decía que no me fiara de ti, que no creyera en tu perfecta sonrisa. Quizá estaba loca pero todo mi ser gritaba que estuviera cerca de ti, que te buscara, que no te dejara escapar. Lástima que yo hice lo contrario. Aunque sintiera que el corazón se me salía del pecho cuando estaba contigo, decidí apagarlo o por lo menos intentarlo. Por un momento quise perder mi humanidad, aunque eso significara no ser nadie, un simple monstruo cansado de todo. Quise dejar de sentir todo esto por ti, ciertamente, no sabía muy bien que era, solo sabía que quería estar contigo, quería enredar mi mano en tu pelo y oír alguna cosa tonta que me decías apoyado sobre mi pecho. Quería tantas cosas que las deje ir. ¿Para que engañarnos...? Yo no era lo mejor para ti, si, coincidíamos en muchas cosas pero no era la adecuada para ti, teníamos metas muy diferentes, aunque la de los domingos era meterte entre mis piernas. Queríamos cosas completamente diferentes, yo era de invierno, tu de verano, dos estaciones totalmente distintas que nunca podrían ir de la mano o al menos eso pensábamos, hasta que yo te vi plantado en el altar con una tímida sonrisa y tu me viste entrando, tropezando con el vestido blanco.
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