Otra de vampiros II

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No estaba claro hasta qué punto ella era consciente de lo que estaba haciendo. Él sin embargo, sí lo era. Se quedó quieto, pensativo. Dedicó unos segundos a meditar las opciones que tenía. «Puedo dispararle hasta que se desmaye y llamar a J para que me ayude a acabar con ella. Aunque primero tendría que obligarla a que me dijera donde se oculta el resto de su cuadrilla y no sé, pero algo me dice que no se mostrará muy colaborativa. También puedo intentar convencerla de que no vale la pena seguir resistiéndose. Haré que comprenda que antes o después la mataré, que no descansaré hasta verla muerta o puedo dejarme de cuentos, tirar el revólver y ofrecerle una lucha justa, reconozco que no me importaría tocar ese hermoso cuerpo». La última idea le hizo esbozar una traviesa sonrisa que llamó poderosamente la atención de la chica. Él vio la curiosidad en su rostro y la reacción fue inmediata. En un abrir y cerrar de ojos el hombre recorrió el espacio que había hasta la ducha y se plantó justo delante de ella. Sin dejar de apuntarla con el arma y con el semblante muy serio le dijo:

          —¡Borra ahora mismo esa mirada de tus ojos! Que quede claro que por lo que a mí respecta, yo soy el cazador y tú la presa. He de admitir que se me ocurren unas cuantas cosas que podría hacerte antes de matarte (ambos sabían a qué se refería) pero lo siento, no tengo por costumbre acostarme con seres de tu calaña. Aunque no lo creas hay cosas mucho más importantes que el sexo como por ejemplo, vengar la muerte de una inocente. Deja que te cuente una pequeña historia, apuesto a que te resulta familiar —prosiguió con rapidez—. Érase una vez una mujer llamada Clara que tras más de veinte años lejos de su madre patria, decidió hacer una visita a su añorada ciudad natal —al oír el nombre de su madre, el cuerpo de la chica se puso rígido pero él no le dio importancia, estaba tan enfrascado en el relato que continuó diciendo—: Lo que en principio se presentaba como un viaje ameno y entrañable, pronto se convirtió en una horrible pesadilla pues esta humilde señora ignoraba que su llegada a la urbe llamaría la atención de uno de los depredadores más letales jamás conocido por el ser humano, de un demonio como tú, de un vil y asqueroso...

          Las palabras quedaron en el aire. El cazador se quedó boquiabierto contemplando lo que la joven acababa de hacer.

          Aquello fue más de lo que ella podía soportar. ¡Una cosa era tacharla de asesina y otra muy distinta era acusarla de haber asesinado a su propia madre! Con un ágil movimiento saltó por encima de él, cogió la toalla y se la envolvió alrededor del cuerpo. Sin darle apenas tiempo a reaccionar, le quitó el arma, la arrojó fuera del baño y le sujetó ambos brazos con firmeza detrás de la nuca. Después, le hizo girar sobre sí mismo y cuando estuvieron de nuevo cara a cara le gritó con el rostro empañado de lágrimas:

          —¡¿Cómo te atreves grandísimo cabrón?! ¡No vuelvas a mencionar su nombre ¿me oyes? No te atrevas siquiera a pensar en ella o... o... te mataré! Clara era una mujer dulce, sensata e inteligente. ¿Crees que habría venido a este repugnante lugar si no hubiese tenido una buena razón? ¿Si no la hubiesen coaccionado de alguna manera? ¡Era mucho pedir que además de cuerpo tuvieses algo de cerebro! Los cazadores sólo veis lo que queréis ver ¿no es así? Sólo pensáis en matar, en acabar con todos nosotros. Dime, ¿qué os hace tan diferentes de los depredadores? ¿Acaso no vivís asesinando igual que ellos?

          La chica respiraba entrecortadamente y el corazón le latía a una velocidad exagerada. Había reprimido durante tanto tiempo el dolor que desde esa mañana parecía haberse adueñado de su alma que el despliegue de emociones que acababa de ofrecer empezaba a avergonzarla. Él estaba atónito. No sabía a qué responder primero, ni siquiera estaba seguro si debía hacerlo. El rostro de la joven ocupaba cada uno de sus pensamientos. «Estaba llorando, ¡llorando! ¿Desde cuándo esta clase de demonios lloraba? Nunca, en los casi quince años que llevaba cazando había visto algo semejante. Por otro lado, ¿por qué se había puesto así al mencionar a una humana? ¿Por qué hablaba como si la conociese, incluso como si le importase? ¿Y por qué se refería a los depredadores en tercera persona como si ella no formara parte del grupo?»

          Estaba decidido a preguntarle cuando de repente, la chica dejó de llorar. Inclinó la cabeza como si intentara escuchar un sonido en la lejanía y tras unos segundos liberó los brazos del hombre. A continuación, le tapó la boca con sus manos y le dijo susurrando:

          —Lo siento. Eres un cazador y tu trabajo consiste en acabar con todo tipo de seres, seres como yo. Lo llevas en la sangre y sé que no puedes hacer nada por evitarlo pero tienes que irte. Ellos lo saben y están a punto de llegar. Mañana seguiremos justo donde lo dejamos, te doy mi palabra. Ahora vete por favor, se nos acaba el tiempo.

          Entonces le apartó las manos de la boca y dio un paso atrás, dándole pie a que se fuera. El tono de su voz sonaba sincero y la ira que había estado a punto de consumirla se había esfumado por completo de su rostro. Ya no estaba furiosa sino preocupada. Además, o él se estaba volviendo loco o la chica intentaba protegerlo de alguien pero ¿de quién? ¿De otros depredadores? ¿Por qué? ¿Qué ganaba ella con eso?

          El cazador no tuvo tiempo a reaccionar, la mujer se le había adelantado nuevamente. Dio un paso al frente hasta recuperar su antigua posición reduciendo casi al máximo la distancia entre ellos. Lo miró a los ojos y le dijo con cierto tono de amargura en la voz:

          —Olvídalo, demasiado tarde, ya están aquí. No sé cómo se han enterado tan rápido pero lo han hecho y están muy cabreados así que haznos un favor, mantén la boca cerrada ¿de acuerdo? Sólo así podré protegerte.

          Se quedó quieta esperando una respuesta, algún tipo de confirmación, cualquier cosa que le indicara que el cazador había captado el mensaje y que guardaría silencio. Él vio la súplica en sus ojos y sin pensarlo siquiera se sorprendió a sí mismo diciendo:

          —Está bien, lo haremos a tu manera pero mañana antes de que acabe contigo tendrás que contestar a todas mis preguntas ¿trato hecho?


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