No me lo puedo sacar de la mente. Esas manos, esa boca... ¡Me tiene loca! Y, para mi desgracia, ya no me toca.
Es toda una fichita. Un hombre fornido de un metro con noventa, de ojos marrones y un largo historial de fracasos amorosos. Su nombre es Hernán. Solitario cuarentón abandonado. ¡Ah pero como se mantiene bien bueno!
Lo conocí en un día precipitado, acababa de mudarme al edificio y... entre tanto papeleo con mi universidad y toda la cosa no hubo tiempo de una presentación detallada. Simplemente me ofreció su ayuda para subir algunas cajas pesadas a mi departamento. -Gracias, usted -le dije.
Así transcurrieron las semanas, solamente lo veía pasar, subir o bajar. Y de un saludo formal no pasábamos. Pero... ayer... con el calor de la situación... ¿Y quién me culpa? Si el imbécil de mi ex fue muy hiriente, yo solamente necesitaba divertirme y Hernán es un hombre muy accesible.
La cosa transcurrió así:
Me sentía juguetona, coqueta, y ansiosa... Desde la ventana de mi recamara puede apreciarse la suya. Entonces, inocentemente, deje que las cosas se dieran. Tomé un baño, y me puse solamente una top delgada y unas bragas negras. Abrí las cortinas y me coloqué en la cama en una posición en la que pudiera observarme atentamente. Hernán no tardó en caer en mi trampa: Me observaba, con esa lujuria en los ojos con la que me mira a menudo.
Encargué una pizza, en dirección a Hernán pero a mi nombre. Supongo que era más fácil invitarlo a mi departamento pero quise hacer drama.
La pizza llegó, y Hernán tenía un pretexto perfecto para tocar mi puerta. Para éste entonces yo estaba demasiado acelerada, y creo que él también.
Tocó a mi puerta, abrí con lentitud. Le miré con asombro y en broma le dije: Tu no eres el repartidor.
Sonrió, travieso. Y sin invitación entró.
-Eres muy guapa -acercándose a mi.
-Y usted muy grande...
-Así te gustan, ¿no? -arrojó la pizza a la mesa. Y con brusquedad me tomó de la cintura, colocándome contra la pared.
-No... -fingiendo estar en desacuerdo con él. -Suéltame, por favor- le supliqué, mirándolo a los ojos, y él entendía que en realidad quería lo que él.
Me tomó por las pantorrillas, y comenzó a besar mi cuello mientras con sus manos me masajeaba. Sentía su miembro duro, lo sentía, y me gustaba.
-Detente, por favor, no lo hagas...
-¡Cállate! -espetó, rodeando mi cuello con sus brazos. Haciendome enrojecer. Me exitaba. Le exitaba.
Con facilidad me cargó hasta la cama, tumbando algunas cosas en el camino. Me arrojó, y cerró la puerta.
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