SADO TIMIDEZ

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Mis veinte primaveras, sonaba demasiado cursi para exponer a Carlo, la excusa de que no tenía ni remota idea de lo que significaba la palabra Sado. Había escuchado mucho hablar de ella, pero jamás lo quise practicar, me daba vergüenza y así se lo hice saber a él. Al llegar aquella tarde al balneario donde íbamos a pasar el fin de semana, y mientras esperaba a que él regresara de su reunión de trabajo, encontré en su maleta una revista con un manual de instrucciones muy explícito y a su lado uno de esos corpiños de cuero. No tenía ni la menor duda de que Carlo, lo había dejado allí para que yo lo encontrase y me familiarizarse con la práctica del sexo con violencia, que supiese elegir leyendo aquello si quería ser ama o sumisa. De todos modos viendo aquellas imágenes ya me encontraba nerviosa, algo violenta aún estando sola en aquella habitación. Así que preferí ser yo quien llevase las riendas en el juego, me levanté de la cama y saqué de aquel envoltorio el disfraz negro de cuero. Me quedé mirando al espejo mientras mi albornoz caía por detrás de mí al suelo, mi timidez al verme desnuda reflejada en el, me obligaron a cubrirme con mis manos, si no recuerdo mal eran muy pocas las ocasiones en las que me había encontrado en aquella situación, pues a pesar de que nos duchamos a diario, mi antiguo hogar carecía de espejos, eran mis manos las que únicamente conocían el cuerpo que perdió su virginidad con ellas. Me apresuré a calzarme aquel atuendo, y nunca mejor dicho lo de calzar, su tacto era frío y al contacto con mi cuerpo ocurría todo lo contrario... Cada poro de mi piel despertaba y hacía que sudase mi piel como la de una enferma febril. Carlo tardaba en volver, por lo que practiqué un poco con el látigo que hacía juego con aquella indumentaria, un par de azotes a la almohada me bastaron para imaginar que si aquello era lo que a él le gustaba no tardaría en excitarse. Terminé de vestirme cubriéndome primero los ojos con aquel antifaz, luego subí la cremallera de las botas y las acaricié, sintiendo una sensación de estímulo que me recorría toda la espalda, por último, fueron los guantes, aquellos dejaban los dedos al descubierto.

Estaba cansada y me tumbé en la cama, miraba el reloj y pensaba que si Carlo, tardaba mucho me quedaría dormida, pero no fue así, al contrario, comencé a jugar con todos aquellos accesorios de tortura, mientras sonreía imaginaba, pensando que él ya debería estar allí pues me estaba impacientando. Cual fue mi tontería, que cuando quise darme cuenta me había esposado sola. Ya no podía hacer nada y esperé, pero aquella espera se hacía interminable y mis muñecas sentían el frío acero de las esposas. Intente frenar mis impulsos pero ya era demasiado tarde, mis labios también lo habían sentido y me perdió aquel sabor a metal, mientras bajaba los brazos y metía entre ellos una de mis piernas, llegando mucho mejor de aquel modo mi mano a mi pubis. Mis gemidos querían callar, pero era imposible, moviendo los eslabones que separaban mis manos y como podía, por tan semejante parte. Mi excitación iba en aumento, sin poder sucumbí a mi delirio tantas veces reprimido e introduje mi dedo una y otra vez... Estaba a punto de llegar al orgasmo, de hecho, llegué en el instante... que una voz... la de Carlo, me decía...

¡Querida que buena idea la que has tenido, ponerte, y con mis guantes!

©Adelina GN


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