UNA SINGULAR COMPAÑÍA
Éste era un hombre diminuto que actuaba a forma de ladilla. Este singular animalito había decidido ir a instalarse en los huevecillos de un joven muchacho. Éste al darse cuenta de aquel inquilino que ahora habitaba sus mismísimos, le dijo a éste: sal de hay y no me toques..... A lo que el intruso le repuso: y en donde narices me meto. El muchacho enojado contestó: anda no me toques... A lo que el extraño no contestaba. Entonces el joven supuso que su singular compañía tal vez hubiera tenido la acertada idea de marcharse y se puso a contemplarse sus barrios bajos. Y cual sería su sorpresa al ver que el extraño venía con una mochila, una guitarra y una tienda de campaña, y por lo visto venía con la idea de hospedarse. Ante lo que se alarmó por cuanto suponía aquella amenaza. Fueron pasando los días y las noches, y ante aquella incómoda situación intentó sobrellevarlo con la mayor dignidad y naturalidad posible. Él ante lo vergonzoso de aquel asunto había preferido no comentárselo a nadie y cuando lograba olvidarse por fin de su desagradable compañía. Esta pesada carga empezaba a incordiar tocándole los mismos, cuando no le daba por montar fiestas cantando hasta grandes horas de la madrugada, se ponía a revolotear por sus partes para hacerse notar y que no se olvidara de su presencia. Lo cual el pobre muchacho no sabía como remediar por más que le daba vueltas a aquel asunto. Entonces intentó convencerlo de que aquello no era normal y que por qué no iba a tomarla con otro, en donde fuera mejor acogido. A lo que el extraño respondió que él estaba muy a gusto donde estaba. Su víctima le dijo que aquello no podía ser y que sus huevos sólo se los tocaba él y qué pintaba él ahí. A lo que el otro contestó que a él no le salía de los suyos largarse. Y el joven vio para su desgracia que este extraño se había ido acomodando y que la cosa iba para largo. Y entonces decidió comentárselo a un conocido suyo con la mayor gracia que pudo: que conocía a un diminuto hombrecillo que era la virgen, que no permitía que te aburrieras ni un momento y que no le dejaría solo ni un instante. El señor al ver que podría ser una diversión infinita dijo que ya podría gozar él de esa suerte y entonces el bichito al escuchar esto cogió sus bártulos y se metió en los mismos de aquel hombre y se pasó el resto de su vida tocándoselos a su nuevo morador. Para liberación de nuestro protagonista.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales