Hay horas de ocio que quitan energía, traen pesadumbre anímica y nulos deseos de hacer nada con entusiasmo. Todo parece tener la misma importancia, es decir, muy poca. Se intenta incursionar en algunas rutinas, pero es inútl, en breve el desaliento gana y gobierna la inacción.
Esa pereza malsana se torna en decaimiento, que conspira contra la necesaria fuerza moral para el diario vivir.
Pareciera que el impulso va de la mano del deber, de lo que hay que hacer, trayendo la mayoría de las veces hasta un poco de felicidad.
Despojada de la capacidad de servicio y apartada de una demanda creativa de respuestas, la mente humana se enfrenta cara a cara con los ¿para qqué?, ¿por qué?, apareciendo no pocas veces el vacio existencial.
Esas horas de ocio pueden despertar tales cuestionamientos. ¿Dónde está el poder de elección para disfrutar de un tiempo libre?
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