Lamentos en la dehesa.

Sudor frío en sus manos, venas emergiendo de su carne, la presión de sus oídos, su mandíbula se abre, su corazón se acelera, solo puede sentir el aire azotándole en su cara mientras no deja de mirarte, escondido entre las encinas y viejos alcornocales. Guarida entre ruinas de posguerra dormidas sobre rocas muy grandes, bebe en los arroyos y frescos manantiales, corren los corderos cuando se mueve entre los árboles, suenan los cencerros de las vacas que se apiñan al escucharle, sus aullidos y lamentos grabados en el aire. Se alimenta de los miedos y la ansiedad de los viajantes cuando se aferran a oraciones después de extraviarse.