Oh-Nan (2)

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Quedó abochornado Osquítar por haber tenido ese ajetreo con un amigo; lo eludió mucho tiempo; también dejó de hacer los intentos por meses, pero le volvió la malicia, siguió entreteniéndose con su pirulo, hasta que ya con doce años, una noche, bajo las cobijas, la movención dio resultado, eso se le engrosó y alargó, emocionado lo siguió agitando con más fuerza… De repente lo asustó la emisión de un líquido aceitoso y, apurado, lo limpió muy bien con un pañuelo y se quedó quieto.  Al día siguiente quiso repetir el experimento cuando estaba en el baño, con éxito, ya sin susto, sino con un disfrute indescriptible; se estaba quedando tan largo rato allí, que llegó la mamá a la puerta preguntándole si algo le pasaba; se compuso rápido y salió, no propiamente tranquilo, más bien asustado.

Tuvo que estar cumpliendo sus obligaciones todo el día, ansiando la llegada de la noche, con muchas ganas de experimentar de nuevo.  Al fin, bajo las cobijas, esa mano se fue directo al pene, ya no lo llamaba pirulo, lo acarició un poco, antes de cogerlo con firmeza, comenzó las sacudidas, se quitó del todo la pantaleta que estorbaba, pero seguía cobijado, no fuera a entrar la mamá y encontrarlo en esas condiciones.  Aunque lo tenía grande, no llegaba la enloquecedora sensación de la vez anterior; se le ocurrió estimularse mentalmente con lo que le había relatado un compañero de estudios en el descanso de la tarde sobre unos manoseos que le permitió la pelirroja alta de la fila de atrás.  “Le puse la mano en el ombliguito y no dijo nada, solo me lanzó una mirada de medio reproche, medio placer…”  Se puso Óscar la mano en su ombligo.  “Bajé despacio y comencé a sentir unos vellitos sedosos…”. Ya se acariciaba sus vellos O. H.  “Ella se acomodó mejor y yo pude descender hasta la rajita…”  Descendió hasta el pene y lo tomó de nuevo.  “Se la sobaba y gemía, le toqué una especie de tetina que me encontré allí y ella se estremeció y trató de retirarme mi mano…”  Se tocó la punta del glande y se estremeció.  “Insistí y no se resistió; le comencé a masajear esa cosita y se enloquecía…”  Aquí se enloqueció nuestro amigo agitándoselo con fuerza hasta que llegó una diabólica eyaculación.

Amaneció con unas locas ganas de buscar a la pelirroja, o a la rubia, o a la gordita, para calcar la experiencia de su amigo.  Tan pronto se cruzó con una de ellas a la entrada del colegio, palideció, solo saludó y siguió de largo.  Estuvo distraído en las clases, imaginando cómo le caería a la hora de salida a la primera que le sonriera y cómo se la llevaría con cualquier disculpa al mismo sitio solitario de la aventura de su amigo; pero el solitario lo tuvo que vivir él por la noche, desnudo bajo las sábanas, imaginando lo que hacía con la compañerita en tal sitio, porque no tuvo la valentía de acercársele a ninguna.


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