María

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La asistente social llamó a la puerta por tercera vez, ahora pulsando el timbre más tiempo de lo normal, empezaba a impacientarse, sobre todo por los ladridos de los perros al otro lado de la puerta, que se pusieron en alerta desde antes de su primer timbrazo.

 

María enmarañada, sucia, sin apenas dientes y todas las carreteras de la vida dibujadas en su rostro, abrió por fin la puerta gruñendo cosas ininteligibles. Dos chuchos sucios, enanos, con los ojos saltones, seguían ladrando sin parar a su alrededor.

 

Era una anciana menuda, enjuta, famélica, llevaba puestas unas ropas demasiado grandes para su cuerpo, demasiado rotas y sucias para su nivel social, era maestra jubilada y recibía una pensión. Enviudó hace muchos años, no tenía hijos pero tenía alumnos, como decía ella, niños perpetuos que curso tras curso le llenaron el vacío materno o al menos eso contó alguna vez.

 

Al abrir la puerta, una mezcla de olor acido putrefacto, golpeó la cara de la asistente social revolviéndole el cuerpo, nunca te acostumbras a esto, pensó para sí, e intentó esbozar una sonrisa, aguantándose la nausea, con un “Buenos días María, vengo a ver cómo está usted”.

 

María antes de responder se echó hacia atrás huraña, dejando ver detrás de ella, a pesar de la oscuridad, parte de la reducida vivienda. La suciedad y el desorden salían a saludar a cualquiera que se atreviera a entrar en esa casa. Cosas amontonadas sin sentido, sin función, rotas, inútiles como la vida de María. Un carricoche de bebé, lleno de ropa usada presidía la entrada, con las ruedas medio enterradas en los excrementos de los chuchos, el olor era totalmente insoportable.

 

Al final la voz quebrada y seca de María, se dejó oír con un tono despectivo: “Estoy bien, no necesito nada de nadie, yo no molesto a la gente, es la gente la que viene a molestarme a mí, yo estoy en mi casa con mis perros, que son más buenos que las personas, ellos sí que me dan cariño y me hacen buena compañía.

 

Y, ¿ a qué ha venido usted aquí,? ¿Porque la Encarna, la vecina del cuarto le ha contando algún chisme? No se fíe de ellos, son muy mala gente, mire yo ya hace tiempo que no hablo con ninguno, salgo a la calle y ni los miro, sé que hablan a mis espaldas, lo único que quieren es hacerme la vida imposible y que me vaya del barrio, de mi casa, pero eso nunca, nunca lo van a conseguir, ésta es mi casa, la casa de mis padres y de mis abuelos, no pienso irme jamás del barrio. ¡Por encima de mi cadáver! Y dio un portazo tan sonoro que retumbo en toda la escalera del viejo edificio.

 

La asistente social sacó su cuaderno de notas y empezó a escribir el informe.

 


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